No estoy sola

Introducción:

Esta semana vuelvo al blog con, sorpresa, otro relato de terror. Llevaba varios meses sin escribir sobre este género y, ahora, por lo que sea, llamadlo inspiración, llamadlo cambio de aires, no lo llaméis amor, es una obsesión…, solo me salen historias de terror. Supongo que será porque me había centrado en otros géneros y, en parte lo echaba de menos. Igual que si estáis varios meses sin comer una de vuestras comidas favoritas (macarrones, croquetas, lasaña o ese arroz tan rico que hace vuestro tío en las reuniones familiares) y, de repente, un día y por sorpresa, os ponen un plato así en la mesa, ¿qué ocurre? Pues seguramente que comeréis macarrones hasta que estos pasen a formar parte de vuestro ADN (o croquetas, o lasaña o el arroz que, tal vez, sea vuestra tía la que lo haga, o un primo segundo, pero, casi siempre, alguien de la segunda línea familiar, ¿la razón? Misterios de la vida). A mí me está ocurriendo lo mismo con las historias de miedo: tengo ganas de empacho de terror, y unas croquetas no estarían mal que es domingo, casi mediodía, y ya toca.

Esta semana, gracias al reto de «Ladrones de libros», he tocado un tema que me fascina: la personalidad múltiple. ¿Quién no se acuerda de la escena final de «Psicosis»? Norman Bates, una mosca y una conversación a dos bandas y un solo cerebro. O la maravillosa «El estrangulador de Boston» del siempre reivindicable Richard Fleischer. Fantástica película, si no la habéis visto ya tenéis algo para una tarde de lluvia, manta y sofá. O no tiene por qué ser de miedo. Por ejemplo ese placer culpable llamado «Yo, yo mismo e Irene» que tanto he disfrutado en mi adolescencia. En esa época me daba algo de vergüenza admitir que me gustaba, ahora, sin embargo, la recuerdo con cariño.

La mente humana es un misterio. No sabemos lo que nos aguarda y el miedo a quebrarnos siempre está ahí, presente. Este es el primer relato en el que trato este tema y, sinceramente, he quedado muy contento (el resto de mis personalidades opinan lo mismo. Todas menos una que sigue pensando en comer croquetas). Además, mi lectora cero número uno (tengo suerte de tener una gran lectora que siempre está dispuesta a aportar) leyó el relato en exclusiva y me animó a seguir por esta senda así que, amenazo con volver al terror la próxima semana. Hay cosas de las que uno nunca se cansa.

Espero que paséis un mal rato con esta historia. De los malos ratos que gustan y que son divertidos, por supuesto.

Como siempre, estaré encantado de compartir comentarios y opiniones.

Feliz domingo y muy felices lecturas.

Nos vemos en las letras.

No estoy sola

Le encantaba tener múltiple personalidad. Para muchos era un problema, pero para ella, una chica retraída que había pasado sus años de instituto vigilando que nadie le pusiera la zancadilla, era como una bendición. Siempre se sentía acompañada.

Comenzó a acumular identidades a partir del accidente. Un resbalón, una caída de las que se consideran desafortunadas y no volvió a ser la misma. Se dio cuenta de ello poco después. Ella pintaba. Lo hacía para desconectar de un entorno que había dejado de ser amable desde que era una niña. Así que, dibujaba su propio mundo y se imaginaba viviendo en él. Más colorido, más alegre, más acogedor, menos real. La mañana tras el accidente algo ocurrió con su pintura. No parecía la misma. Los rostros tenían dos pares de ojos, dos bocas, dos narices. Como si en cada personaje cupiese más de una persona. Los colores también cambiaron, las formas. Aquel no era su estilo. Era más barroco, más oscuro. Como si Delacroix y Lovecraft hubieran pintado un cuadro a dos manos. Sin refugio, sin pintura, creyó volverse loca.

Los dibujos se repitieron uno a uno. Cada mañana los retratos  que pintaba la miraban desde el lienzo con sus sentidos multiplicados por dos  y ella, se sentía incómoda. Al terminar un cuadro solía taparse el rostro entre  los mechones de su pelo, cobijarse en sí misma y dejar que fluyeran sus emociones. Ahora se sentía observada y no le gustaba. Era demasiado vulnerable.

Aunque no le apetecía, cogió el coche y se marchó a trabajar. Tenía la cabeza puesta en el cuadro. Soltó el volante y sus manos cogieron un pincel imaginario con el que repitió en el aire, trazo a trazo, su pintura. No podía creer que había dibujado aquello. No lo visualizaba en su mente. Igual que no vio el taxi que vino de frente. Iba distraída. Aquel fue el segundo accidente. También desafortunado.

Tras una temporada en el hospital y un descanso en el arte de pintar lo que no quería, volvió a casa. No volvió sola. Desde que recuperó la conciencia empezó a escuchar las voces. Le decían cómo mezclar los colores, cómo trazar las formas, como mejorar su arte. Tres voces hablando en su cabeza, tres voces diciéndole qué hacer. Para todo el mundo tres son multitud, para ella, no fueron suficientes.

Comenzaron aquí su búsqueda de accidentes. Una caída desde el balcón, y aprendió a pintar las arrugas de la ropa; un cuchillo que se desliza, crea el marrón más puro que jamás se haya visto; unas escaleras por las que baja a mayor velocidad de la que debería, crea la profundidad de campo en sus pinturas. Llena de cicatrices comenzó a vender sus cuadros y el dinero echó raíces en su cuenta corriente.

La llamada le tomó por sorpresa. Un encargo. Era importante, de las altas esferas y no sabía si estaría a la altura. Se sentó y cogió el pincel. Estaba en su estudio. No estaba sola. Innumerables voces le hablaban, gritaban, lloraban. Cada una con un estilo, con un color, con una forma de trazar. No le gustaba ninguno. Sabía que no era suficiente. Se levantó y  fue al sótano. Las voces cambiaron de tono: “no, no lo hagas”, “otra vez no”, “tú puedes hacerlo sola”. No las escuchó. Solo pudo ver el martillo colgado en la estantería. Era nuevo. Iluminado por la bombilla desnuda que hacía de lámpara, brillaba, relucía, la llamaba. Lo cogió y se dio la vuelta. Las voces callaron. Todas, menos una. La de la chica que, atada de pies y manos, la miraba desde el suelo. Levantó el brazo. Necesitaba terminar el cuadro.  Cerraron los ojos, las dos chicas. El martillo cayó con la fuerza de todas sus identidades juntas y una voz se unió a su cabeza. Un accidente, afortunado para ella. Más talento. Menos soledad. Más oportunidades de salir adelante. Todo eran ventajas. Le encantaba tener múltiple personalidad.

Fer Alvarado

7 comentarios en “No estoy sola

    • Ya sabes que voy por rachas. Ahora creo que tendré algo más de tiempo para escribir así que espero estar por aquí aunque sea unas semanitas. El blog es como una pequeña familia y siempre me gusta volver. Un abrazo grande y gracias siempre por estar ahí.

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  1. ¡¡Qué sádica manera de conseguir más voces en su cabeza!! 😲😲 Como siempre, Fer, no he podido parar de leer hasta llegar al final con ese giro inesperado. 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻 Es tu género, sin duda alguna. Mi enhorabuena, amigo.

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    • Sois varios los que me decís que es mi género el terror, así que le seguiré dando vueltas a estas historias un poco más retorcidas. Aunque sin dejar de lado otro tipo de relatos que sabes que me encanta variar 🙂 . Te mando un abrazo enormísimo y muchísimas gracias por leerme. Siempre me hace mucha ilusión leer tus comentarios.

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    • Me hace mucha ilusión que te estés aficionando al género. Para mí siempre ha tenido algo especial y creo que da mucho juego. Todos tenemos miedos, ¿no?
      Muchísimas gracias por dedicarle siempre tiempo a mis historias. De verdad que me hace mucha ilusión.
      Un abrazo grande.

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