Mala Cosecha

Introducción:

Llevo sin publicar en el blog… No recuerdo el tiempo. Mucho, eso sí. Tal vez demasiado. He estado ocupado en escribir lo que será mi primer libro, además de en otros menesteres bastante menos interesantes, al menos para mí, pero de cumplida obligación. Apenas entro en redes sociales, pero, hace un par de semanas me topé con un grupo de facebook de esos estupendos que fomentan la cultura por encima de todas las cosas. En este grupo, los jueves, hacen un reto de escritura. Suben una foto y, con la imagen, la gente se inspira para escribir una historia. El primer día que lo vi, participé. Llevo meses que no escribo nada más que para mi libro y necesitaba una distracción. Me vino genial. Pude desconectar, compartir con otros magníficos escritores y charlar sobre escritura. No sabemos lo que necesitamos un respiro hasta que respiramos.

Tras pensarlo y sacar algo de tiempo, me ha parecido buena idea compartir uno de estos relatos que escribí con vosotros. Para mí, los que me leéis y compartís vuestros textos conmigo aquí sois mis amigos. Han sido años de publicar, leer, comentar y, aunque por temas personales, no aparezca todo lo que me gustaría por aquí, siempre que puedo vuelvo a este rincón en el que tanto se han refugiado mis letras y mis pensamientos.

En cuanto al libro, aún falta tiempo para que vea la luz. No podría decir una fecha exacta, pero iré informando. Solo decir que estoy muy ilusionado, estoy poniendo mucho de mí en él y estoy teniendo la suerte de poder verlo crecer con personas que me apoyan a diario, me animan y me cogen de la mano en los momentos duros. Hay personas que solo con existir aportan mucho más de lo que pueden imaginar. Me siento afortunado y doy las gracias por ello. Por todo lo que me ha ocurrido en este último año y lo que está por venir.

Voy a dejar de ponerme sentimental un rato. Cada vez que vuelvo al blog me vienen muchos recuerdos y me pongo un poco «tonto». Espero que todo os haya ido maravillosamente bien estos meses, hayáis cumplido vuestros objetivos y tengáis más al alcance de la mano (o del lápiz) y, sobre todo, que os estéis arriesgando a ser vosotros mismos y a tirar siempre «pa´lante».

Os dejo con este nuevo relato del que, como siempre, estaré encantado de compartir comentarios y opiniones.

Nos vemos en las letras. Feliz día y muy felices lecturas.

Mala Cosecha

El dinero no crece en los árboles. Es lo que la gente dice, pero como casi siempre, se equivocan. Lo sé porque lo he visto con mis propios ojos. Mi abuelo, inmigrante por necesidad y pendenciero por afición,  fundó un floreciente negocio familiar gracias a un árbol del que brotaban billetes, igual que lo hacen las cerezas en flor en primavera. ¿Cómo lo encontró? Nunca lo dijo. Escuché algo de una pata de mono y tres deseos. Tal vez sean cuentos de hadas. Invenciones que se cuentan para dormir a los niños o, tal vez, sean reales. La gente, como he dicho, casi siempre se equivoca.

Consiguió salir adelante y tanto el árbol del dinero, como el genealógico de nuestra familia echaron raíces. Nació mi padre, mis tíos y algún hijo fuera del matrimonio. A él no le importaba, cuántos más, mejor. Los brotes verdes no hacían más que multiplicarse y había herencia para todos. Hasta que, tras formar una familia tan frondosa como un bosque,  una tarde de otoño, mi abuelo se marchitó. El viento chasqueaba sobre la ventana, unas nubes de tormenta se habían enhebrado al cielo y la lluvia caía por castigo. Él tenía un color parduzco. Sus dedos, arrugados y frágiles, parecían ramas enredándose entre las sábanas mientras que su brazo izquierdo, rígido, se pegaba al tronco de su cuerpo.

—Plántalo de nuevo —me dijo con una voz que sonaba hueca, húmeda y, a la vez, podrida—. Toma su último fruto y la noche que heredes la empresa, cuando los números del banco se pongan rojos como fruta madura lista para la cosecha, vuelve a plantarlo.

Miré por la ventana y observé el árbol. Una última flor se desprendió de sus ramas dejándolo desnudo de flores y de dinero. Planeó sobre el viento, subió un instante, volvió a bajar y se posó en el suelo. Me giré para contárselo a mi abuelo. Ya no respiraba. Él también se había posado, fuera donde fuera. Salí al patio y con una promesa bajo el brazo, recogí aquel último fruto y volví a casa.

Las hojas del calendario cayeron una sobre otra, los ingresos de la empresa disminuyeron y el  agua hacía tiempo que nos cubría más allá del cuello. Estábamos ahogándonos en deudas y a mí, no me gustaba mojarme. Pero no podía hacer nada, aún no había heredado la empresa. Una tarde, mi padre se asomó a la ventana de su despacho. Estaba en el último piso del edificio más alto de la ciudad. Se asomó demasiado. Tanto, que la gente que lo escuchó caer, lo describió como una gota de lluvia suicida a la que la gravedad hacía tiempo que lo llamaba.

Aquel mismo día me enjuagué las lágrimas y planté el árbol de mi abuelo. No tardó en crecer. En pocos días era tan alto como lo había sido el anterior. Solo faltaba que floreciera y lo hizo la primera noche de primavera. El cielo se había llenado de nubes, igual que cuando lo plantó mi abuelo, el viento levantaba las hojas del suelo creando remolinos, igual que cuando mi abuelo lo plantó e, igual que en aquellos años, el árbol floreció, pero del mismo modo en el que lo hizo el de mi abuelo: con monedas  y billetes de ochenta años de antigüedad. En cada rama habría apenas unos céntimos y, si contaba toda la cosecha, tal vez, me alcanzaría para comprar una sombrilla. Mojarme seguía sin ser de mi gusto. Iba a tener que acostumbrarme a ello.  

—La gente casi siempre se equivoca, pero… —dije con los bolsillos vacíos y los pies cubiertos de billetes que no servían—…, cuando dicen que el dinero no trae la felicidad, ahí, ahí aciertan de lleno.  Los años pasan, lo acumulas, lo pierdes, sueñas con tener más y, al final, te das cuenta de que no es más que papel mojado al que le damos un valor que, en realidad,  no tiene.

Fer Alvarado

15 comentarios en “Mala Cosecha

    • Fíjate como es la vida, llena de casualidades. No tenía pensado publicar nada por el blog en un tiempo, pero como bien sabes, el venir por aquí es como un desahogo. Así que parece que pensaste en mi blog y me animaste inconscientemente a publicar.
      Muchas gracias por tus deseos con el libro. Poquito a poco va tomando forma, aunque aún le queda mucho trabajo.
      ¿Qué tal estás? Espero que todo te esté yendo genial.
      Te mando un fortísimo abrazo.

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      • Te mandé un correo pero no te llegó. Te comentaba, por si te interesa, que yo también participo en un grupo de Facebook de una pintora Canaria donde escribimos sobre lo que nos inspiran obras de sus alumnos. Se llama El Universo Mágico de Ame Reyes. Es abierto. Puedes unirte. Es una gente genial. A mí me sirve de terapia…
        Un abrazo

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      • ¿A qué dirección me mandaste el correo? Tuve que cambiar mi e-mail de contacto y creo que lo puse en la página principal del blog. Pero, bueno, lo importante es que me parece una idea genial la de «El Universo Mágico…», además que involucra varias formas de arte, así que me parece una maravilla. Voy a echarle un vistazo ahora mismo. Y si, encima, te ayuda a desconectar, mejor todavía. Nunca sabemos lo que nos va a aportar una bocanada de aire fresco.

        Muchas gracias por compartirlo conmigo.
        Un abrazo enorme.

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    • Para el libro aún falta. Estoy con la segunda revisión (aunque siempre voy adelante y atrás con las correcciones) y me gustaría darle un par de revisiones más, mínimo.

      Siempre es un gustazo leer tus comentarios por aquí. ¿Qué tal estás? Espero que todo te esté yendo genial.
      Un fortísimo abrazo mi gracias siempre por estar ahí.

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    • No puedo estar más de acuerdo contigo. Ahí gente que acumula propiedades por tal de llenar un vacío, no solo dinero. Eso es algo que no te lleva a ningún lado. Yo acumulo libros, pero creo que es distinto, ¿verdad? Espero que sí jajaja.

      Gracias siempre por pasarte a leerme y dedicar tan bonitas palabras a mi relato. Espero que todo te esté yendo genial.
      Un fuerte abrazo.

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