Luz tras la puerta

Introducción:

Buenas tardes de sábado compañeros de letras. Vengo a informaros que ¡he vuelto a escribir un relato de terror! Sí, eso mismo. No sé cómo de aficionados seréis al género, pero yo me declaro un terror lover de manual. Es más, mis primeros relatos, micros y sucedáneos de historias estaban enfocados, casi únicamente, en el terror. Aunque mi relación con este género digamos que es complicada.

¿Os acordáis de la película «Gremlins«? Sí, esa en la que un bicho adorable la liaba parda cuando lo mojaban o le daban de comer a deshoras (pobre monstruo, mira que no poder disfrutar del maravilloso mundo del tentempié nocturno). A todo el mundo le encantaba, ¿verdad? Pues a mí de niño, me daba muchísimo miedo. Tanto que recuerdo que, cuando la ponían en televisión, me escondía tras el sofá de casa para mirar de reojo cuando parecía no ocurrir nada. Esa noche, por supuesto, no dormía. Vamos que era un miedoso de manual. Más tarde, cuando crecí (y crecí mucho porque a los doce años ya rozaba el metro ochenta, aunque ahí me quedé) tuve mi época de rebelión adolescente y una tarde, tras escuchar leyendas sobre películas que no me atrevía aún a ver, dije el nombre de Candyman tres veces frente un espejo. Grave error porque, aquella noche, tampoco dormí. Mejor dicho me tapé con mi sábana hasta parecer un kebab envuelto de más y hacerme ovillo con cada ruido que escuchaba, ¡y la de ruidos que se escuchan por la noche! Durante el día hay ocasiones que no escuchamos ni el móvil sonar y cuando oscurece nos convertimos en superhéroes capaces de escuchar hasta abrirse la puerta de la nevera en el piso de abajo (aunque eso también puede ser por hambre. Ya sabéis, los tentempiés nocturnos son maravillosos). Pienso que hay veces que nos gusta sufrir de más y hasta los sentidos se nos agudizan para alimentar esos miedos que, a la vez, tanto nos divierten y nos asustan. Los humanos somos así, medio masoquistas, medio locos. Los humanos son, casi todos, maravillosos.

Toda esta introducción sobre mi vida ha sido para deciros que, mi relación con el terror, es la más duradera que nunca he tenido. A veces es más intensa, y, en otras ocasiones, nos damos un tiempo para volver con más fuerza. Esta semana he vuelto a dejarme llevar por sus caminos tortuosos, sus páramos envueltos en niebla y sus sombras que se mueven por voluntad propia y he escrito este relato. Llevaba meses sin escribir algo tan «terrorífico» y me ha sentado bien volver. Incluso una persona de mi círculo más cercano dentro de mi círculo más cercano me ha dicho que se nota que me siento cómodo en este género. Me conoce muy bien así que, estoy convencido, que lleva razón. Yo al menos me he sentido cómodo aunque espero que vosotros, al leer este relato, os sintáis muy incómodos. Ese es el propósito de escribir terror, ¿no?

Os dejo con esta historia de miedos primigenios, oscuridades que vienen y van y susurros en la noche. Espero que la disfrutéis (o no).

Como siempre, estaré encantado de compartir comentarios, opiniones o vuestras historias con las que pasabais miedo de niños.

Feliz día y muy felices lecturas.

Nos vemos en las letras.

Luz tras la puerta

Cada persona tiene su propio ritual para poder dormir. Algunos rezan, otros, leen y, los de menos, cuentan ovinos que, con un gusto especial por el escapismo, saltan vallas por el mero placer de hacerlo. Él ni creía en ningún Dios, ni tenía afición por contar, ni, mucho menos, por la lectura. Le agotaba demasiado. Lo que le gustaba hacer era apagar todas y cada una de las luces de casa. Con el pijama enfundado sobre su cuerpo, destapaba la cama dejando desnudo un lado del colchón, se daba la vuelta, encendía una vela y visitaba las habitaciones. Se aseguraba de que la luz de la cocina estuviera apagada. Se dirigía al cuarto de baño y, tras pulsar el interruptor, dejaba a su reflejo sumido en sombras sobre el cristal. Hacía lo mismo con el salón, el pasillo, subía las escaleras y, tras adentrarse en su dormitorio, y sumergirse en su cama, se aseguraba, por segunda vez, que la lámpara de la mesita estaba desconectada. “Una moneda no gastada es una moneda ahorrada” pensaba mientras que, con una sonrisa en el rostro, el sueño le atrapaba.

Así, cada día. Así, cada mes. Así, cada año. Hasta que una noche que comenzó como todas las demás, algo le despertó. Fue un guiño, un parpadeo que se deslizó por la habitación. Abrió los ojos y vio como un resquicio de luz se asomaba por debajo de la puerta. Se incorporó y se apartó el escaso cabello que poblaba su cabeza.

—¿Me he dejado la luz encendida? No puede ser. No lo he hecho desde… Nunca.

Se levantó con un crujir de rodillas, abrió el primer cajón de la mesita y, entre varios mecheros, cogió el segundo que se encontró. Le gustaba tentar a la suerte. El encendedor se prendió al tercer intento, la piedra estaba tan gastada como sus rodillas. Alimentó la vela, la levantó y, con una llama danzando alrededor de su rostro, agarró las llaves de casa y dio cuatro pasos hasta llegar a la puerta. Allí agarró el pomo. Estaba frío, casi helado. Lo giró, y empujó. Tuvo que parpadear cinco veces al salir de su cuarto. La luz estaba apagada. La del pasillo de abajo, sin embargo, brillaba. Descendió las escaleras con la cera de la vela goteando a cada paso. Llegó al descansillo y tomó aire. Estaba agotado. No sabría si sería capaz de llegar hasta abajo. Dejó atrás varios escalones más y vio que, el pasillo, también estaba a oscuras. Era el cuarto de baño el que estaba iluminado. El sudor, igual que si fuera cera derretida, se le acumuló sobre el cuello de la camisa. “Por dejarme una luz una vez, no pasará nada” pensó, pero estaba tan habituado a hacerlo, que se dirigió al baño sin darse cuenta. Somos animales de costumbres. Somos animales. Allí la bombilla parpadeaba como si fuera un faro girando sobre sí mismo. Accionó el interruptor. La luz no se apagó. Lo hizo otra vez. La bombilla siguió encendida. Deslizó seis veces sus dedos por aquel interruptor y siempre obtuvo el mismo resultado: ninguno. Al sexto intento, tocaron en la puerta de la calle. Una vez, otra, otra más, así hasta en siete ocasiones. Miró el reloj. Era tarde, muy tarde. Agarró las llaves con fuerza, accionó el grifo para lavarse la cara y, con el agua corriendo por sus mejillas, se incorporó. Las llaves, al verse en el espejo, se le cayeron de las manos: su reflejo le sonreía desde el cristal. Tenía la boca abierta de lado a lado y solo se veían dientes y más dientes. Más de los que podría llegar a contar. El reflejo se movió. Él se quedo quieto. Su yo del espejo recogió las llaves del suelo, se giró y fue hacia la puerta de la calle. Él se dio la vuelta también. Tras él todo estaba oscuro. En el espejo se veía una fina luz arrastrándose tras la puerta. Quiso coger la vela y salir corriendo. No pudo moverse. Estaba paralizado por el miedo. El reflejo alcanzó la entrada e introdujo la llave en la cerradura. La giró y la puerta cedió. La casa se llenó de luz, las ventanas parpadearon y las bombillas tintinearon. Después, volvió la oscuridad. Levantó la vela a la altura de sus hombros y esta apenas iluminaba unos centímetros. Lo suficiente para ver como dos llamas se acercaban por el pasillo. Se detuvieron a su lado.

—¿Has rezado tus oraciones antes de irte a la cama? —dijeron aquellas luces que olían a carne quemada—. ¿No? Pues deberías haber elegido mejor tu ritual para dormir.

La vela se apagó. Las dos llamas se apagaron y, en aquella casa, nunca volvió a verse una luz en la oscuridad.

Fer Alvarado

11 comentarios en “Luz tras la puerta

    • ¿Por qué será que nos dan tanto miedo los dientes? Es algo que siempre nos llama la atención, por lo menos a mí también me ocurre y, cuando puedo, escribo algo sobre dientes, sobre todo en historias de terror.

      Me alegra mucho que te hayas gustado. Intentaré volver a las historias de miedo de vez en cuando porque me lo paso genial escribiéndolas. Muchas gracias por leerlo. Te mando un fuerte abrazo.

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  1. Me encantan las historias de terror y las pelis de terror desde pequeña. Con los años cada vez más las de terror psicológico. Recuerdo que de niña me quedaba en el sofá de la sala con mi hermana, que es mayor que yo, viendo Drácula y pelis de miedo y ella se tapaba los ojos y me pedía que la avisase cuando acabasen las escenas fuertes. Yo siempre la avisaba cuando estaba en lo m´ás «chungo» y ella se cabreaba y yo me partía de risa. Yo luego no tenía problemas para dormir (no como ahora). Con mi hija solemos tener nuestra sesión de cine de terror algún domingo que no tiene que estudiar. Pero últimamente no encontramos nada que nos encante. La mayoría ya las hemos visto y las últimas que hemos visto eran bastante malas… ¿Alguna recomendación?
    Por cierto, tu relato buenísimo. Sigue escribiendo historias terroríficas, que se te da muy bien. Y si aún encima lo disfrutas, más motivo para hacerlo.
    Un abrazo

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    • Pues no sabría qué recomendarte porque tampoco conozco vuestros gustos. Además últimamente le he recomendado a una amiga varias películas de terror y no le han gustado mucho, así que ya no sé qué recomendar. Aunque una que suele gustar mucho es una francesa que se llama «Ghostland». Si te animas a verla, me cuentas qué tal.

      Me encanta el ritual que tienes con tu hija. Siempre he pensado que al familia que ve películas de terror unida, permanece unida. Y me he reído mucho con la historia con tu hermana menor. Mi hermana me hacía lo mismo jajaja.

      Gracias por lo de las historias de terror. A mí es un género que me encanta y lo devoro aunque sepa que las películas no son buenas. A las pelis de «susto» se lo perdono. Gracias siempre por leerme. Un abrazo muy fuerte.

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    • No sé qué me ocurre últimamente con las letras que, casi, todo lo que escribo está relacionado con el terror. Supongo que me he criado con el género y lo tengo ahí muy presente.

      Muchas gracias por tus palabras. Me alegra que te haya gustado aunque no sea tu género favorito. ¿Cuál es el estilo literario que más te gusta?
      Un fuerte abrazo.

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      • Gracias a ti. Me gusta la narrativa y dentro de ella, la novela y los cuentos. También me gusta mucho la poesía. Espero que podamos disfrutar pronto de tu libro, aunque sé que lleva mucho tiempo escribirlo.
        Un fuerte abrazo.

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