Memoria Falible

Introducción:

Esta última semana he estado de exámenes. Para ser más exacto he hecho dos exámenes y una presentación en la que en parte, debía memorizar un texto. Y claro, de tanto ejercitar la memoria, me ha dado por reflexionar sobre ella. Siempre me ha resultado interesante la capacidad que tenemos para recordar cosas que no tienen la mayor importancia y me explico: me considero un cinéfago de manual, me encanta el cine desde que prácticamente era un niño pequeño. Conozco nombres de directores, filmografías, corrientes cinematográficas,… Pero ahora decidme que hable sobre materias que di en el instituto y hay asignaturas que ni recuerdo que me las hayan impartido. Puedo comentar qué tipo de cine disfrutaba en esos años, los libros que leía, el primer tomar la mano de una chica, los nombres de las mujeres por las que me ponía rojo si me miraban,… Pero todo lo de alrededor es borroso. Imagino que la memoria en cierto modo nos cuida y nos aporta lo que considera más importante en nuestras vidas. Es como esas trituradoras de folios que hacen tiritas los documentos que no necesitamos pero, los que nos hacen sentir algo especial, por muy pequeñitos que sean, nos los coloca en el tablón de anuncios para que siempre los tengamos presentes.

Este relato surge de todas estas reflexiones: de superar miedos porque la memoria te dice que debes superarlos. Nuestra cabeza nos recuerda una y otra vez qué es lo importante, pero nos cerramos en ver lo que queremos ver pasándonos, a veces años, viviendo en círculos. Solamente por ello creo que debemos escucharnos más y resistirnos menos a lo que nuestra mente nos aconseja.

Por último agradecer los consejos de varios de mis lectores, compañeros y amigos que me aconsejaron alargar este relato. En principio iba a ser un micro que no tenía pensado compartir en el blog pero después de que varios compañeros de clase me animaran a continuarlo le he acabado dando una forma de la que me siento más orgulloso.

Espero que disfrutéis de este relato, que tengáis un gran fin de semana y, por supuesto, unas muy felices lecturas.

Memoria Falible

Tras un ejercicio de papiroflexia amateur, el papel que Ramón Vilas tenía entre las manos, con un número de teléfono escrito, acabó convirtiéndose en una arrugada pelota. Primero había sido un barco, después una paloma y, viendo que su destreza no daba más de sí, decidió que, antes de deshacerse de él, debía dejar su contenido ilegible.

«Será mejor que llames a este número» le dijeron mientras trazaban las líneas de un camino que no le apetecía cruzar. Pocas horas después estaba abriendo la ventana y lanzando aquella esfera de celulosa con todas sus fuerzas. Quería alejarla de él lo máximo posible.

Mientras la pelota intentaba, obligada por las circunstancias, aprender a volar, le pareció distinguir un cuatro entre sus pliegues. Al verlo cerró los ojos. No quería saber nada de aquel número. El barquito que había hecho anteriormente llegó navegando a su cabeza: en la proa tenía escrito un siete y un tres, en la popa, un nueve y un uno. Se tapó la cara con las manos y el pájaro de papel  se posó en su memoria expandiendo sus alas: en vez de ojos tenía un seis y un cuatro y sus patitas se sostenían sobre el ocho y el tres. Ya tenía el teléfono completo. Se había esforzado tanto por deformarlo que lo había aprendido de memoria.

Resignado cogió su móvil y marcó el número sin mirar las teclas. Lo tenía totalmente interiorizado. Dio un tono, el sudor comenzó a proliferar en su frente; dos, le entraron dudas, no sabía qué iba a decir si contestaban; tres, lo mejor sería dejarlo, la llamada estaba siendo una pérdida de tiempo y estaba convencido de que no le tomarían en serio; cuatro, acercó el dedo al botón de colgar y, al quinto tono, descolgaron. Se acercó el auricular al oído, tenía que hablar él primero o no se atrevería a mantener una conversación.  El teléfono le pesaba como si fuera un yunque pero ya no había marcha atrás. Abrió la boca y las palabras surgieron solas:

—¿Es el centro de psicología? Siempre he sido escéptico con estos asuntos y es la primera vez que me animo a llamarles. Es por algo que me ocurre y no sé qué hacer. Ustedes son mi última opción. Recuerdo cosas que no quiero y las que quiero no las puedo recordar. Sin rodeos y, por favor, dígame la verdad, ¿piensa que soy normal?

Al otro lado del teléfono obtuvo un silencio como respuesta. Ramón se quedó observando el auricular, creía que su memoria había fallado y que se había confundido de número hasta que a los pocos segundos sonó un click y una mecánica voz de mujer comenzó a hablar:

—Bienvenido al centro de psicología «El poder está en la mente». En estos momentos nuestros operadores permanecen ocupados. Después del bip, díganos lo que desea y le atenderemos lo antes posible.

No podía creer lo que acababa de pasarle. Todo lo que tenía que ver con doctores, batas blancas y preguntas sobre su infancia le incomodaba. Sabía que al llamar a aquel número debería enfrentarse a un sinfín de horas de diván y de monólogos que desentierran ataúdes rebosantes de recuerdos. Había sido un esfuerzo titánico aceptarlo, era un plato complicado de digerir y, aún así, se atrevió a llamar. Ahora, con la respuesta de aquel contestador automático, parecía que todo había sido en vano.

—Quiero recordar lo que no recuerdo —dijo intentando retomar la calma.

—Lo siento, no le he entendido bien. Para problemas de memoria, pulse uno. Si piensa que el gato de su vecina le roba el dinero por las noches, pulse dos. Si el perro de su vecina le gana el dinero usurpado al gato jugando al póker pulse tres. Si cree que los animales de su barrio han montado una conspiración para desplumarle pero, no se acuerda bien, pulse cuatro.

Respiró, pulsó el uno e intentó tranquilizarse. En el teléfono comenzó a sonar una cancioncilla de espera. Era de las que duran apenas unos segundos, se repite y vuelve a repetirse hasta la saciedad. Creyó que iba a volverse loco.

Tras perder la cuenta de cuántas veces había escuchado la dichosa melodía, intentó evadirse pensando en el chico que le había dado el número de la clínica:  «¿qué esperas de un espécimen como él. Es el único de la oficina que viste con pajarita y sombrero. Pero, ¿cómo se llama? Nunca recuerdo estas cosas. Su compañero siempre lleva pantalones vaqueros, camisas de cuadros y tirantes. Sí, sí, el “Elástico” le decimos pero por el nombre ahora, tampoco caigo. “Elástico” y “Pajarito” son sus motes. Parecen más un dúo cómico de los años ochenta que compañeros de curro. Ahora que me doy cuenta, me fijo más en los apodos y en la ropa que en los nombres. ¿Será que no tengo en cuenta lo importante y solo miro la superficie? No rasco, ni veo más allá, de ahí puede ser que no recuerde lo que…»

—Departamento de memoria Doctor Olvido al habla, ¿en qué puedo atenderle? —Una voz a través del teléfono que, ahora sí, sonaba cálida y cercana, interrumpió sus pensamientos. Él dio un respingo y se separó el auricular del oído. Después de, por tanto escucharla, haberse aprendido la cancioncilla de espera no esperaba contestación. Volvió a acercarse al teléfono e intentó recordar el discurso que había expuesto al principio. No lo recordó:

—Buenos días señor doctor. Nunca me gustaron las batas blancas ni las pajaritas. Llevo tirantes con pantalones, no me acuerdo del nombre de mis compañeros y ni siquiera el contestador automático de su clínica me entiende cuando hablo. Ah y se me olvidaba lo mejor: recuerdo números gracias a figuras de papiroflexia pero no los números por sí mismos. ¿Habré inventado una nueva regla mnemotécnica? —Paró de hablar por un momento. No estaba diciendo nada de lo que tenía pensado decir.  En su memoria se habían amontonado los acontecimientos del día y parecían querer salir en estampida todos a la vez —. Y esto que le cuento a diario me pasa. Me acuerdo de datos que no me valen para nada y con las cosas importantes me ocurre como cuando aparcaras un coche en un centro comercial y después no puedes encontrarlo. ¿Piensa usted que lo mío será grave doctor?

El señor Olvido que había escrito con mimo todo lo argumentado por su posible paciente en un papel, paró de redactar, suspiró y aporto su réplica:

—Normal. Es usted una persona normal y corriente.

—Oiga, pero, los papeles, los nombres de mis compañeros… ¡Julián, el de las pajaritas se llama Julián! Ahora el de los tirantes…

—¿Lo ve? Es total e irremediablemente normal. Yo mismo me dejo notas con temas significativos por la consulta. Me acuerdo de ellas cuando no las veo. Pero si están ahí me relajo y dejo que recuerden por mí. La memoria es una compañera más caprichosa que peligrosa. Solo tiene que cuidarla, dejarla que sea ella misma y, por sí sola, dejará atrás las pequeñas cosas y nos recordará lo que es importante para nosotros: miedos por superar, círculos que no hemos cerrado, sentimientos que intentamos negar,…  Falla mucho menos de lo que piensa.

En la cabeza de Ramón la palabra «normal»  resonaba de esquina a esquina. Hacía mucho tiempo que no la había oído y que definieran su capacidad de recordar como dentro de la normalidad le dio la tranquilidad que necesitaba.

Antes de terminar la llamada y, para asegurarse de que todo iba bien, Olvido le preguntó si había notado algo extraño en el comportamiento de los animales de su zona.

—Pero no se preocupe por esta cuestión. Es solo protocolo. Las personas pierden cosas por su mala cabeza y  les echan la culpa a lo que menos se imagina. Por los perros y los gatos les ha dado ahora. En vez de un centro de psicología esto parece una clínica veterinaria.

Se dieron las gracias y colgaron. Ramón estaba exultante. Le vinieron a la cabeza los nombres de sus compañeros de trabajo, los de colegio, la lista de los reyes godos y la de los ciento dieciocho elementos de la tabla periódica. Corrió al salón, cogió papel y lápiz y se dispuso a apuntar el número de la clínica. Escribió un seis, un cuatro y se detuvo. El siguiente número no lo recordaba. Intentó visualizar el barquito de papel. Vio su proa, su popa, pero no había nada escrito en él. El pájaro también extendió sus alas en su cabeza pero sin trazo alguno. Recordó la conversación con el doctor, dejo caer el lápiz y decidió confiar en su memoria. Si no le mostraba el número era porque ya no lo necesitaba. Lo mejor sería cuidarla, dejarla ser ella misma y, cuando lo creyera oportuno, le mostraría lo que en realidad es importante.

Fer Alvarado

13 comentarios en “Memoria Falible

  1. Un texto genial, Fer!!!
    Yo pienso mucho en la memoria. Hace unos días hablé de algo así en uno de mis post, por una vivencia de hace treinta años que yo había olvidado completamente y me la recordó una amiga. Uno de mis mayores miedos en la vida es perder la memoria…
    Espero que hayas tenido suerte en tus exámenes.
    Un abrazo

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  2. Hola, Fer, me alegra leerte de nuevo. Con tus habituales pinceladas de humor y fantasía, creaste una simpática historia a partir de una bola bola de papel. Me gustó el enfoque que le diste al asunto de la memoria; lo que realmente vale la pena conservar y lo que se pierde, irremediablemente, en las vueltas de la vida; como esos dígitos que se van desprendiendo del papel hasta quedarse en blanco, una estupenda metáfora de la necesidad de que la memoria se renueve y se desprenda de lo innecesario. Un abrazo. Y no te olvides de seguir creando historias.

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    • Muchas gracias Javier por lo que siempre apoyas mis historias y por los ánimos que me das para seguir creando.

      Al final creo que la memoria es un mecanismo defensivo que nos ayuda en los momentos que más la necesitamos. Es cierto que muchas veces parece esquivarnos y hacernos la vida más complicada pero estoy convencido de que cuando nos oculta alguna información será porque tiene sus propias razones para hacerlo. En cuanto el humor es algo que me sale casi inconsciente en mis relatos, no buscaba meterle nada humorístico a esta historia y, cuando quise darme cuenta, ya le estaba metiendo el contestador automático al relato 😂😂.

      Me alegra mucho que te haya parecido interesante esta propuesta, me noto algo fuera de práctica pero estoy retomando el camino poco a poco.

      Un fuerte abrazo amigo y gracias siempre por estar ahí.

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  3. Qué bien que sigas retomando la escritura con esa imaginación prodigiosa que tienes. A modo de protección, parece ser, que la memoria nos funciona de manera selectiva. Continúa, porque nos haces disfrutar mucho con tus relatos. Un abrazo!!!

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    • Lo cierto es que en estos meses no la dejé completamente y escribí varios microrrelatos. Mi idea es compartir algunos de ellos pero antes quiero quitarme las telarañas escribiendo algunos relatos algo más largos.

      Muchas gracias por apoyarme tanto y animarme a seguir aprendiendo. Me animas mucho a seguir por este camino.

      Un fuerte abrazo y espero que esté teniendo un gran inicio de semana.

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    • Muchas gracias por tus palabras y bienvenido a mi pequeño rincón de relatos. Me alegra mucho que hayas disfrutado con esta historia.

      Comentarios como el tuyo me animan mucho a seguir escribiendo. Un gran saludo y espero que tengas un excelente día.

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