Ignífugo

Introducción:

Halloween se acerca y, aunque realmente no es una fecha que suela celebrar (soy de un pueblo pequeño y para mí el día 1 de noviembre siempre fue el día de visitar a los familiares perdidos y de pasear por los cementerios), me considero un gran aficionado a todo lo que tiene que ver con el terror ya sera literatura, cine, televisión,… Así que cuando se aproximan estas celebraciones comienzo a devorar películas de miedo, procuro leer algún libro que me ponga la piel de gallina o escribir algún relato o micro que saque algunas de mis pesadillas a la luz.

Este año como no sé si tendré el tiempo necesario para escribir algún relato terrorífico (el año pasado escribí «El Borde de la Mirada» relato que si os apetece leer lo podéis encontrar en el menú del blog) he decidido publicar algunos de los relatos relacionados con el terror que he ido escribiendo y que por un motivo u otro no he subido al mismo. Una recopilación de relatos inéditos en toda regla.

Y comienzo hoy con «Ignífugo», un relato que tiene a mi querido detective Dashiell como protagonista en su aventura por ahora más terrorífica, sangrienta y explícita. Hay pasajes que tienen algo más de hemoglobina de lo que suelo escribir pero creo que para estas fechas que se van acercando es una de esas historias que gusta leer. Espero que la disfrutéis y como siempre me encantará intercambiar comentarios y opiniones.

Ignífugo

Lo primero que me llamó la atención al llegar a aquel pueblo abandonado fue el aire constante que nos castigaba a través de las desoladas calles. Intenté sin suerte prender alguna de mis cerillas pero, aquel viento parecía hacer acto de presencia en cada una de mis tentativas dejándome el cigarrillo como un inútil objeto de decoración entre mis dedos.

—Buen pueblo para dejar de fumar, ¿verdad Dashiell? —me dijo mi compañero justo antes de que aquel perenne aire se levantara de nuevo y arrastrara sus palabras carretera abajo.

—El viento sopla cuando no le interesa lo que decimos y prefiere silenciarnos Caulfield —le contesté.

Tal era el vendaval que se levantaba a cualquier hora del día que aquel lugar era conocido como “El Pueblo que no Arde”. La razón por la que nos habían contratado a Caulfield y a mí para acercarnos a investigar había sido sido que, unas semanas antes, un grupo de adolescentes se había adentrado en aquella despoblada ciudad para probar ese tipo de valentía gratuita que solo deseamos demostrar en esas edades. Y exactamente eso fue lo que ocurrió, se adentraron, pero nunca más se supo de ellos.

Llevábamos varias horas recorriendo las avenidas y lo único que habíamos hallado era el viento y una cantidad ingente de gatos callejeros. La noche acechaba ya nuestros pasos y las casas sin electricidad se estaban difuminando entre la oscuridad.

—Solo unos adolescentes repletos de hormonas considerarían este pueblo como su lugar de recreo —le comenté a mi compañero aprovechando una intermitencia del viento. Él no contestó. Era una de esas personas que solía hablar cuando no debía y callaba el resto del tiempo pero, cuando le comentaba cualquier cosa sobre trabajo, solía responderme aunque fuera con una colección de monosílabos que realmente no aportaban nada.

Me giré y lo vi observando un cartel mientras se sujetaba con fuerza su horrible sombrero para que éste no le abandonara.

—Je-fe —me dijo a través del viento que entrecortó sus palabras convirtiéndolas en un mensaje de radio emitido en una mala frecuencia. — Este cartel no estaba aquí antes. Hemos pasado varias veces por aquí y no había ni una sola señal.

Le miré con media sonrisa en el rostro mientras me colocaba el cigarro sin prender en el lateral de la boca. Aunque no pudiera fumarlo, siempre me tranquilizaba saborear un ligero gusto a nicotina.

—Te dije que dejaras el whiskey barato para tus citas de saldo y no te lo trajeras al… —No llegué a terminar la frase. Mientras hablaba levanté la cabeza por inercia y vi el cartel. Era cierto, apenas diez mintuos antes no había absolutamente nada. Ahora, bañado por la incipiente luz de la luna, y con una letra picuda, se podía leer: “Y las casas no arderán porque ya han ardido bastante”.

Abrí la boca y el cigarro saltó de mis labios para precipitarse contra el suelo. Me quedé sin habla y me agaché para recuperar mi tabaco perdido. Al hacerlo, escuché unas uñas que arañaban la pared que había a mi espalda dejando un sonido chirriante que provocó que tapara mis oídos.

Caulfield y yo nos dimos la vuelta con toda la premura que nuestros agarrotados miembros nos permitieron y nos quedamos boquiabiertos al ver que  la pared estaba poblada de arañazos. Éstos se entrecruzaban entre sí creando una colección de círculos y rombos que parecían formar un inteligible mensaje. Encima de ellos, escrito con una letras rojiza que parecía gotear ponía: “Perdieron sus formas con el fuego y las recuperarán con la sangre”.

Un grito sonó a lo lejos, éste parecía acompañar al viento que recorría las calles. Era  un sonido que convertía los nervios de acero en frágil cristal. Aumentó de intensidad mientras se acercaba a nosotros hasta que se convirtió en un remolino sibilante que nos atrapó y nos lanzó contra la casa más cercana. Golpeamos la pared con nuestras espaldas y caímos el uno sobre el otro. Algo dentro de la casa nos respondió con una serie de golpes que parecían querer atravesarla. Puse las manos sobre el suelo para intentar incorporarme y tuve que apartarlas al instante. El asfalto estaba prácticamente incandescente. Volví a tocar la pared de la casa. Estaba helada.

Cogí a Caulfied de la solapa de la gabardina, teníamos que salir de allí inmediatamente o no lo haríamos nunca. Comenzamos a correr calle abajo mientras los golpes y los arañazos de las paredes se incrementaban. Algo iba a traspasar aquellas ligeras casas en cualquier momento y estaba convencido de que, fuera lo que fuera, no podríamos detenerlo.

La puerta que teníamos enfrente salió volando y planeó como si fuera una pluma contra el viento antes de precipitarse contra el suelo. Nosotros, nos detuvimos y miramos hacia atrás buscando una salida. En ese momento, salieron de la casa el grupo de adolescentes perdidos. Tenían las cuencas de los ojos vacías, sus oídos devorados, las narices medio masticadas y les faltaban varios dedos de las manos.

Uno de ellos me miró con aquel orificio sin iris y sin párpado. Abrió la boca y vi cómo tenía la lengua mordisqueada. Un gato negro enorme, de los que recorrían la ciudad, vio aquel apéndice colgante, saltó desde el tejado sobre él y terminó de arrancarle la lengua de un mordisco para volver a saltar a lo alto del edificio. En aquella pared escrito con lo que estaba convencido que era sangre estaba el mensaje que cerraba el círculo: “Nos acusaron injustamente de brujería, nos ataron a nuestras camas y prendieron fuego a nuestros hogares. Estúpidos ignorantes, fueron las llamas las que nos convirtieron en lo que somos”.

Miré a Caulfield, miré al suelo. Las suelas de nuestros zapatos estaban comenzando a pegarse al asfalto. Seguro que aquellos chicos intentaron refugiarse en algún edificio y allí fue dónde los atraparon. Recordé lo que ponía en el cartel: “Las casas no arderán porque ya han ardido bastante”.

—Claro, joder. Las casas no arderán, pero las calles siguen calientes por el fuego que, de noche, se derramó sobre ellas. Una ligera chispa y todo se irá al infierno de dónde nunca debieron haber salido —grité en voz alta acompañándolo de una sonora risotada. Mi compañero se volvió hacia mí con la boca desencajada por el pánico.

Los adolescentes sin párpados se pusieron a cuatro patas y comenzaron a perseguirnos como si fueran canes en busca de su presa. Caulfield y yo giramos hacia la izquierda y comenzamos a correr en busca de nuestro coche que estaba aparcado en la entrada de aquel lugar. Desde la espalda me llegó un olor a carne quemada, la piel de aquellos chicos, o lo que quedara de ellos, se estaba abrasando con el calor que emanaba del asfalto. Giré la cabeza, los gatos se multiplicaban mientras corrían por los tejados persiguiéndonos. Cada vez había más y al frente de ellos, destacaba aquel gato enorme que sostenía todavía la lengua recién arrancada entre sus dientes.

El coche estaba ya a escasos metros, el chico sin lengua se abalanzó sobre Caulfield y le agarró del brazo. A aquella mano le faltaban varios dedos y en cuanto tocó a mi compañero salieron gusanos de los orificios donde debían estar el anular y el meñique.  Conseguí darle una patada; sus  carcomidos huesos crujieron, se astillaron y la mano de gusanos salió despedida lejos de mi compañero. Al fin llegamos al coche, me busqué en el bolsillo de la gabardina y saqué las cerillas. Solo me quedaba una. Miré el horrible sombrero de mi amigo. Siempre lo había odiado. Así que se lo quité sin que a él le diera tiempo  de impedírmelo, encendí la cerilla usándolo como parapeto contra el viento y lo lancé dentro del depósito del coche. Enseguida comenzó a arder. Caulfield me miró y sin dirigirme la palabra comprendió cuál era mi intención. Le quitó el freno de mano al coche y lo lanzamos contra “El Pueblo que no Arde”.

En cuanto nuestro cadillac se adentró en el pueblo, la calle comenzó a arder entre inmensas llamaradas. Los gatos de los tejados comenzaron a derretirse y los chicos sin lengua se descompusieron entre alaridos dejando en el suelo un charco de piel incandescente.

Saqué el cigarro. Me había quedado sin cerillas así que me acerqué al fuego para poder encenderlo. Siempre me tranquilizaba saborear un ligero gusto a nicotina. Caulfield me miró, yo le miré a él y mientras daba una profunda calada nos quedamos observando como aquel pueblo ignífugo perdía su nombre.

Fer Alvarado

12 comentarios en “Ignífugo

    • Muchas gracias Mamen. Estas fechas son de las mejores para ver películas de terror y más cuando comienza a hacer frío y puedes perderte en el sofá con una manta y taparte los ojos si se llega a pasar miedo. En cuanto al relato lo escribí por divertimento y lo cierto es que cuando escribo así sin pretensiones y de temas que me gustan tanto como el terror o la fantasía lo paso genial. Me alegra mucho de verdad que te haya gustado, mil gracias por pasarte y por comentar.

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  1. Dashiell sigue en plena forma. Espero que sigas poniéndolo en aprietos, siempre es un placer acompañarlo en sus andanzas paranormales. Diversión garantizada. Feliz Día de los Difuntos.

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    • Muchas gracias Javier. En concreto este relato tiene ya unos meses e incluso lo escribí antes que «Interferencia» (creo que ahí el personaje está mejor definido) pero como es más crudo y violento no estaba muy seguro de subirlo al blog. Me alegra mucho que te hayas divertido leyéndolo porque cuando escribo historias con Dashiell de protagonista mi intención es esa: divertirme y que los amigos y lectores que me acompañáis en mis escritos también os divirtáis con estas aventuras. Un gran abrazo y feliz Día de los Difuntos para ti también.

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    • Muchas gracias. Este relato lo escribí hace unos meses y no estaba muy seguro de que se adaptara a la temática del blog, sobre todo por su parte más sangrienta y explícita pero, al final como se acercan las fechas que se acercan decidí desenterrarlo y sacarlo a la luz. Un enorme abrazo, espero que todo te esté yendo genial y mil gracias por estar siempre ahí apoyándome.

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    • Muchas gracias. Este es uno de esos relatos que escribí por divertimento puro y duro. Quise mezclar el terror, la acción y la novela negra y el ver que gusta es muy importante para mí. Así que te agradezco enormemente tus palabras y que hayas pasado a leer este relato. Un enorme saludo.

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