
Normalmente escribo unos párrafos antes de cada relato explicando el por qué de cada historia, qué me inspiró o cómo decidí escribirla. La historia de este relato digamos que no sabría definirla con exactitud. ¿Nunca os ha pasado que comenzáis a hacer algo de repente inconscientemente y, a medida que lo hacéis, os dais cuenta de por qué lo hacíais? Eso es exactamente lo que me ha ocurrido.
Comencé a partir de una idea que me gustaba y me parecía interesante pero, mientras avanzaba, la historia fue tomando vida propia. Así, cuando llevaba unas cuantas líneas escritas me di cuenta de por qué quería escribirla y a quién quería dedicársela: a mi madre.
Cuan importantes son los padres para poder crecer seguros preparándonos para la salvaje vida adulta. Nos ayudan a asentar nuestra personalidad, a confiar en nuestras posibilidades y a luchar por ser la mejor versión de nosotros mismos. Yo he tenido la suerte de tener una madre que siempre ha valorado mis excentricidades apoyándome en todas y cada una de ellas. Cuando era niño, era tímido y retraído y ella me ayudaba a socializar; después, cuando me dio por ser un intento de músico, iba a mis conciertos con la camiseta de mi banda y, sin gustarle especialmente el estilo de música que tocaba, coreaba cada una de mis canciones. Y ahora que soy intento de escritor, qué decir, me apoya a diario en este cambio de rumbo que he decidido tomar. Lee cada uno de mis escritos sean como sean e incluso, apoya a muchos de mis amigos escritores (incluso a los que escriben relatos de terror). Por todo ello y por mucho más: gracias Mamá.
Perdón por el momento sentimental. No soy persona de vociferar sus emociones a los cuatro vientos (aunque sí en parte a los «cuatro escritos») pero era algo que necesitaba decir. Así que este relato va dedicado a mi madre pero también a todos aquellos padres y madres que apoyan y ayudan a sus hijos a ser como quieran ser, que les hacen sentir importantes y que, hasta en los momentos más difíciles, les hacen saber que nunca eres raro o extraño cuando eres tú mismo.
Espero que lo disfrutéis. Feliz día y felices lecturas.
El Lado Bueno
Mi padre siempre decía que, para tener suerte, cada día tienes que levantarte por el lado bueno de la cama. Tengo cuarenta y dos años, las canas hace tiempo que florecieron en mi cabello y creo que sigo sin encontrar ese afortunado lado del que hablaba. Y no será porque no lo he intentado.
Tendría unos seis años la primera vez que escuché esa frase. La lógica infantil me hizo pensar que esta debía ser la parte derecha del colchón para los diestros y la izquierda para los zurdos. Así que comencé a levantarme cada mañana por la parte que mi mano más hábil marcaba. Si me despertaba de medio lado, enseguida giraba y me colocaba boca arriba. No fuera a ser que con la somnolencia del momento me bajara por el lugar equivocado y sufriera el peor día de mi existencia. Una noche, tuve una pesadilla y me levanté desorientado. Cuando sentí que el suelo abrazaba la planta de mi pie abrí los ojos y me quedé paralizado. Me había incorporado por el lugar equivocado. Enseguida me resguardé de nuevo entre las sábanas y me tapé hasta la cabeza. ¿Aquello contaría como levantarse con mal pie? ¿Debería permanecer acostado otro número de horas para que el contador de levantarse llegara de nuevo a cero? Al final tomé la solución más sencilla. Me hice el enfermo, pasé la mañana acostado y no fui a clase.
Aquella experiencia hizo mella en mí. Si quería reducir las posibilidades de toparme con ese lado erróneo debía darle un nuevo enfoque al asunto: tenía que aprender a ser ambidiestro. Comencé a escribir con las dos manos y a usar los cubiertos con izquierda y derecha por igual. El entrenamiento fue duro. Mis profesores me preguntaban por qué de repente mi letra se asemejaba al sumerio y mi padre me recriminaba que tardara más en cortar un filete que él en cocinarlo. Pero todos los meses de trabajo valieron la pena. Mi escritura dejó de parecerse a la de una lengua muerta y cogí tal destreza cortando la comida, que llegué a cortar la carne con formas de animales solo por presumir de ello. Había conseguido mi objetivo pero lo que no sabía era que mi tormento no había hecho más que comenzar.
Un día mi madre se retrasó en llegar para la hora de comer. Mi padre nos había vuelto a hacer filetes. Siempre que cocinaba él comíamos filetes. Incluso llegué a pensar que, en el trabajo, en vez de pagarle, le regalaban carne. Me imaginaba a su jefe con una careta de cerdo sonriente por rostro y que, cuando sus trabajadores cumplían los objetivos, les decía algo tal que así: “Muy buen informe señor Campos. Acaba de ganarse medio kilo de lomo, tres chuletas y un entrecot de ternera. Siga trabajando así de duro y pronto podrá optar al jamón”.

Mi madre, sin embargo, era lo opuesto al cocinar. Mezclaba tantos colores en sus platos que sus comidas parecían que, en vez de cocinadas, habían sido pintadas con rotuladores. Daban ganas de coger sus ensaladas, ponerles un marco y colgarlas de la pared de un museo. Los momentos en los que ella danzaba por la cocina, siempre me llamaba y me animaba a lavar la lechuga.
—Nadie lava las ensaladas como tú Carlitos —me decía sonriente —. Podrías montar tu propia empresa de lavado de verduras. Las dejas tan impolutas que se pueden usar como platos y comer sobre ellas.
En esos momentos me sentía importante. Cogía las hojas una a una, las separaba usando ambas manos y las limpiaba como si me dejara la vida en ello. Me gustaba pensar que mientras más brillantes dejaba las lechugas, más feliz hacía a mi madre. Lo que más me sorprendía era la diferencia que había entre mis progenitores cuando se quedaban en casa. Mi madre ponía música, bailaba y hacía lo posible por hacernos reír. Mi padre era tan monótono y aburrido como los insulsos filetes que siempre preparaba. Hasta llegué a crear dos teorías al respecto:
Teoría 1: «El estado de ánimo de una persona es totalmente proporcional al número de colores que emplea en su comida».
Teoría 2: «Si te levantas por el lado malo de la cama siempre acabas preparando filetes. Conclusión: mi padre solo tiene un lado en la cama, el malo».
Por la cuenta que me traía decidí que la teoría correcta fuera la primera. Sobre todo porque si no llegaba a encontrar ese lado afortunado me esperaba una vida entera de carne nervuda, sosa y poco hecha.
Pues bien, aquel día teníamos nuestros platos rebosantes de carne encima de la mesa y mi padre me instaba a que esperase la inminente llegada de mi progenitora. Yo, aburrido como estaba, agarré cuchillo y tenedor y hábilmente dibujé con los pedazos de carne la careta de cerdo que estaba imaginando. Cuando terminé de hacerlo, la puerta se abrió y mi madre, resplandeciente como siempre iba, entró, se sentó y miró sonriente mi reciente obra de arte cárnica.
—Javier, ¿has visto lo que hizo tu hijo con la comida? Tanto que le reprochabas que tardaba en comer y mira. Ahora tenemos un artista en casa. —dijo mientras se desabrochaba el abrigo. Yo, estaba tan feliz por el reconocimiento que ya pensaba con qué nuevo animal sorprenderles en la siguiente comida. Pero ella siguió hablando. Por mí podría haberse detenido ahí pero no lo hizo—. ¿No ves? Si es que no hay nada malo ni bueno en esta vida. Todo depende del ángulo con el que se mire.
¿Ángulos? No podía creerlo. ¿Había estado años trabajando para no tener un lado malo y resultaba que también había ángulos a tener en cuenta? La realidad de la vida acababa de golpearme con escuadra y cartabón.

Por culpa de este descubrimiento estuve varios días deprimido. Llegué a tal punto que cada vez que veía una esquina los ojos se me llenaban de lágrimas. Había estado tan obsesionado con un lado u otro, con el punto A y con el B, que no tuve en cuenta el resto de dimensiones.
Los años fueron pasando, crecí, me independicé y, para no volver a caer en el mismo error, me dediqué a recopilar información sobre las amenazas del universo. Hice un doctorado en física cuántica, investigué el bolsón de Higgs, trabajé en el acelerador de partículas e incluso resolví uno de los problemas del milenio de Clay.
Estas investigaciones me sirvieron para darme cuenta de que no solo estaba el lado bueno y el malo de la cama, los ángulos, la anchura y la altura sino que existían cuatro dimensiones: tres espaciales y una temporal. Lo peor es que no podía controlar ninguna de ellas. Estábamos expuestos a los designios del azar y eso me aterrorizaba.
Todo cambió el día que publiqué mi primer libro al que titulé «Hay más peligro en su casa que en el resto del universo».
Había quedado con mis padres para organizar una pequeña celebración. Fue algo íntimo y familiar. El salón estaba adornado con guirnaldas y serpentinas que parecían saltar del techo. Se entrecruzaban, se separaban y se volvían a unir. Era un ornamento caótico y sin sentido. Justo lo que más nerviosísimo me provocaba: la evidente y deliberada falta de orden. Sobre esta decoración habían colocado un cartel que cruzaba la sala de lado a lado en el que se podía leer:

Por el lado bueno de las cosas: felicidades Carlos.
Habían coloreado tanto la frase que me recordó a las ensaladas que preparaba mi madre cuando era niño. Me acerqué al sofá para tomar asiento y poder observar de cerca aquel colorido mensaje pero, justo cuando iba a acomodarme entre los mullidos cojines de mi tresillo predilecto, mi madre me llamó desde la cocina:
—Espera, no te sientes. Ven a acompañarme mientras termino la cena ¿o eres demasiado mayor para pasar tiempo conmigo?
—Tengo cuarenta y dos años. Soy demasiado mayor para casi todo —le respondí mientras me acercaba suspirando. Ella estaba de espaldas a mí mirando a la encimera. Los años habían encanecido su cabello y ya no podía mantenerse tan erguida como en su juventud pero, al oírme entrar en la habitación se giró y me mostró su inmensa sonrisa. Por aquella sonrisa no pasaba el tiempo. Seguía siendo alegre y juvenil. En ella no veía ángulos, ni dimensiones beligerantes, ni lados buenos, ni malos,… Solo veía a mi madre.
Se apartó de la encimera y con un ligero movimiento de su mano me invitó a ver lo que estaba preparando: la ensalada más iridiscente que nadie hubiera hecho jamás. Tomates, maíces, zanahorias, pepinillos,…, todas las frutas, verduras y hortalizas conocidas se unían en una fiesta en la que ninguna se había quedado sin invitación. ¿Todas? No, todas no. Faltaba una.
—¿Querría usted señor doctorado ayudarme a lavar la lechuga? Debes saber que han pasado muchos años desde la última vez, he investigado a muchos limpiadores de verduras, he intentado estudiar las mejores técnicas para dejarlas pulcras y aseadas pero nadie en el mundo es capaz de darles el toque especial que tú le das —dijo mientras, con una ligera reverencia, me animaba a acercarme.
En ese momento mi padre cruzó la cocina en dirección al salón. Nos vio ensimismados en nuestros quehaceres, se acercó curioso y encajó la cabeza entre mi madre y yo.
—No sé por qué os gustan las comidas tan coloridas. Con lo bueno que es un buen filete. Lo que ves es lo que hay. Sin sorpresas y sin tener que rebuscar lo que te gusta en el fondo del bol. Carne, solo carne y nada más. El resto es improvisar y arriesgarse —comentó indignado mientras se alejaba de nosotros. Me recordó peligrosamente a alguien: a mí.
Arranqué una hoja y la puse bajo el grifo. Mamá estaba cantando. La miré, sonreí y me volví hacia mi trozo de lechuga. Tenía dos lados, uno rugoso y otro mucho más liso. ¿Eran el bueno y el malo tal vez? Entonces me di cuenta: no, no existían ni el uno ni el otro. Todo dependía de quién te enseñaba a vivir en cada lado.
De Fer Alvarado para Carmen Alvarado
Era hoy, justo hoy… gracias Fer porque tu relato me ha planchado las arrugas del corazón.
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No sé si te he dicho que he disfrutado de verdad leyéndote
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No tengo palabras para agradecerte lo suficiente tu comentario. Me emociona que este humilde relato provoque esas emociones que me describes ya que yo mismo, y parafraseándote, «planché mis propias arrugas» al escribirlo.
Espero que tengas un gran día repleto de buenas experiencias. Mis gracias más sinceras por tus palabras.
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Qué relato más bien escrito, Fer. Me ha encantado cómo va evolucionando la perspectiva del protagonista sobre las cosas. Un abrazo bien colorido sin ángulos muertos😀
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Creo que es muy interesante lo que dices y es una de las cosas buenas de la vida: la evolución de la persona . Todos tenemos nuestras obsesiones y nuestros miedos (la mía, por extraño que parezca, es un asco irracional hacia las aceitunas) pero como las afrontamos o superamos es lo que nos hace diferentes.
Un abrazo sin lados buenos ni malos y espero que tengas un muy bonito e inspirador día 😊.
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Una actividad sencilla que nos ha llevado a una profunda reflexión. Un saludo.
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Me gusta pensar que la vida está en los pequeños detalles y que estos son los que nos hacen diferentes a unos de otros.
Muchas gracias por comentar, espero que tengas un espléndido y bonito día. Un saludo.
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Qué gran homenaje a lo cotidiano, a la singularidad del hogar, al día a día de aprendizajes que, por muy poco aprovechables que parezcan, son los que van cimentando la personalidad del futuro adulto.
Salud.
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Muy buena tu reflexión, me ha recordado a una historia real: tengo un amigo que, cuando era niño, aprendió dónde estaba la izquierda y dónde la derecha observando el dibujo de un libro. Al verlo al revés vivió confundido muchos años de su vida y le costó horrores desaprenderlo.
La cuento para subrayar lo que comentas. Los detalles más pequeños que vivimos en nuestra niñez nos pueden afectar por siempre. Y, como bien dices, lo cotidiano puede moldearnos, infundarnos miedos o hacernos más valientes. Todo en la niñez se magnifica.
Muchísimas gracias por comentar y por aportar tan acertada reflexión. Un gran saludo.
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He leído muchos relatos tuyos, Fernando, pero este, en especial, me ha llegado directamente al corazón. No sé si es porque estoy en medio de una etapa muy sensible (como tú ya sabes) o qué, pero has conseguido con tu relato que asomen lágrimas a mis ojos. Así de sencillo. Te felicito con una enorme ovación porque creo que es, a mí parecer, el mejor de tus relatos. Ya no es solo por la historia en sí, que va creciendo poco a poco, sino porque entre tus letras se esconde un mensaje precioso y, también, un sentimiento puro de amor hacia una madre.
Amigo, mi más sincera enhorabuena. Y, por favor, escribe más relatos con esta carga de sentimientos tan a flor de piel. Se te ha dado muy bien. 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻😘😘😘
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De corazón, muchísimas gracias Charo.
Conoces mis relatos casi mejor que nadie, sabes de mi pasión por lo excesivo, lo grotesco y por darle un toque de humor a todo lo que nos rodea. No suelo sacar esta vena tan emocional aunque en cada relato dejo pinceladas de sentimientos propios aunque, en la mayoría de las veces, disfrazadas de chistes y bromas. Mi idea aquí era seguir en esta línea pero algo me dijo que variara, que hiciera algo distinto y que, como siempre hago cuando escribo, me dejara llevar. Así que mi espíritu de escritor de brújula me ha llevado a desnudarme más de lo que suelo hacerlo y, como siempre pasa cuando dejas ver algo más de ti de lo que sueles, tenía algo de miedo por como se lo tomarían mis amigos y lectores.
Por eso tu opinión ha sido tan importante. Me conoces bien y conoces bien mi estilo así que cuando he leído tu comentario también me he emocionado. Muchas gracias por animarme y ayudarme tanto en este viaje de letras, oraciones y párrafos. Para mí es todo un lujo contar con amigas como tú.
Un fuerte abrazo y espero que tú y los tuyos estéis mucho mejor. Que tengas un precioso y curativo día.
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Pues me ha encantado que te dejaras llevar. Creo que nos pasa a todos aquellos que solemos escribir, que tenemos una idea más o menos concebida en la cabeza y luego, la propia historia tiene otros planes y se va escribiendo ella misma. Y al final sale otra cosa completamente distinta de lo que habíamos pensado. Y lo bueno es que es mucho mejor. ☺️
Y este es el caso. Me emociona saber que mi apoyo, mis palabras y consejos son importantes para ti y que te ayudan a mejorar. La verdad es que yo no me considero ninguna experta; de hecho, soy una aprendiz más. Pero si con ello te proporciono ese empuje, seguiré haciéndolo. Un fuerte abrazo, amigo, y «pa’lante» siempre. Un fuerte abrazo para ti y los tuyos. 🤗🤗
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Hermoso y entrañable relato Fer. Algo para atesorar. Enhorabuena!
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No suelo escribir relatos como este pero supongo que la escritura es un estado de ánimo y hay días que estamos más sensibles.
Muchas gracias por leer y comentar. Me alegra mucho que te haya gustado. Un abrqzo y espero que tengas un gran e inspirador día.
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Escribir creo que es un acto de amor y este lo es. Me ha gustado mucho. Enhorabuena. Un cordial saludo. ¡Y por favor, no dejes de hacerlo!
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No es el tipo de relato que suelo escribir pero, como bien dices, creo que me salió de dentro, así que decidí dejarme llevar por completo.
Por cierto, disculpa la tardanza en contestar, estoy en época de exámenes y ando un poco descolocado. Un enorme saludo y mil gracias por tus palabras.
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No te preocupes. Es un placer tenerte por aquí y suerte en los exámenes. Un cordial saludo.
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¡Cuánta ternura junta! Es un cuento hermoso, cargado de hogar y divertido. Enhorabuena.
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La definición de «cargado de hogar» me ha parecido sublime, Últimamente me decantaba por escribir relatos más humorísticos pero esta historia me salió prácticamente sin pensar. De estas veces que escribes y te va saliendo el relato solo.
Me alegra muchísimo que te haya gustado. Mil gracias por comentar y disculpa la tardanza en el contestar, llevo dos semanas de exámenes y ando un poco desubicado. Un fuerte abrazo.
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Un estupendo relato de crecimiento personal. Tierno, fluido, lleno de matices y con un mensaje de fondo que invita a la reflexión. ¿Se puede pedir más a un relato? Los quisquillosos podríamos ponerte alguna pega, pero tu madre seguro que no. Enhorabuena por el texto, Fer, es de los mejores que escribiste hasta la fecha.
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