Cambio de rumbo

Introducción:

Aquellos que me leéis desde hace tiempo sabéis que disfruto mezclando géneros y jugando con sus límites. Si es cierto que, prácticamente, todos mis relatos viran hacia lo fantástico y, desde ahí, intento crear ese amalgama de estilos que tanto me gusta. Unas veces me centro más en el humor, otras en el terror y, algunas, incluso en el drama. Como todo en la vida, depende del estado de ánimo en el que me encuentre cuando escribo.

El relato que traigo hoy es uno de los que, en este sentido de encontrar el tono a usar, más trabajo me ha costado sacar adelante. No sabía bien que estilo darle ya que, al principio, quería darle un toque más humorístico pero el desarrollo de la historia ha ido oscureciendo la narración. Así que, este relato ha sido para mí una de esas ficciones que cobran vida por sí mismas y deciden coger su propio camino. Aviso que es algo más extenso de lo que suelo publicar pero, aún así, espero que disfrutéis de este experimento llamado Cambio de rumbo.

Cambio de rumbo

Sus amigos le dijeron que era improbable. Marta, su pareja, nunca había escuchado algo parecido. Todos ellos eran aficionados a programas de baratillo sobre lo paranormal. Así que, si ninguno sabía nada sobre el significado de sus sueños recientes, ya podía comenzar a preocuparse. Recurrió entonces a la última opción que le quedaba para no perder la cordura: contárselo a sus padres. No se lo tomaron nada bien.

—Ricardo, por dios. Soñar con colores es algo inaudito —le dijo su progenitor el día que le habló sobre sus preocupaciones nocturnas—. Acaso te crees un pintor de esos impresionables o qué.

—Impresionistas, padre. Se llaman impresionistas. Y no sueño con colores así en plural, solo lo hago con el azul.

—Pues por muy imprescindibles que sean esos señores no me parece normal que te ocurra esto. Tienes un bloqueo mental y, o te curas tú o, tendremos que recurrir a un profesional.

Ricardo se quedó observando a su padre. No sabía en qué momento pensó que confesarle aquello podría haber sido una buena idea. Era un hombre de imaginación tan limitada que había llamado a sus hijos Ricardo, Rodolfo y Rubén ignorando deliberadamente la tendencia de su madre a confundir la letra erre con la ge. Además, salirse de lo que, bajo su punto de vista, se denominaba “normalidad», te convertía en un ser de la peor calaña, un bohemio.

—Y ahora seguro que querrás unas acuarelas para pintar paisajes. O, aún peor, retratos. Como sean de esos obtusos sin forma, con las caras puestas del revés ya sí que vamos a estar apañaos.

—Abstractos padre. Y no quiero acuarelas, ni pinturas al óleo, ni siquiera unos rotuladores. Solo quería comentarte algo que me resultó curioso, pero ya veo que no se puede hablar contigo. —Acompañó estas palabras con un portazo al salir de la habitación y se marchó.

Ya en su piso, reflexionó con lo que aquel sueño podría significar para él. Ni siquiera el azul era un color que le gustase. Es más, por ser tan simple y obvio le desagradaba bastante. Así que, ¿de dónde podría venir aquella obsesión? Llevaba dos semanas, sin faltar una sola noche, soñando únicamente con él. No había ni tonalidades, ni ruidos, ni absolutamente nada. Solo azul, silencio y azul. Al menos no le dio por soñar con el color negro ni el rojo. Seguro que si hubiera pasado eso, su padre creería que en sus horas libres se dedicaba a sacrificar gallinas en honor a algún demonio de nombre impronunciable. Incluso le serviría los refrescos con cubitos hechos de agua bendita. El patriarca de los Morcega era capaz de eso y de actos aún más ilógicos.

El móvil comenzó a bailotear sobre la mesa del salón al ritmo del Superstition de Stevie Wonder. Ricardo prefería vivir con el cosquilleo de la sorpresa revoloteando en el estómago y nunca miraba el remitente. Se levantó del sofá que le había engullido desde que llegó a su apartamento, esquivó la esquina filosa de una silla hambrienta de accidentes y cogió el teléfono.

—Ricardo Morcega, bohemio de noche y saltador de sillas de día al habla —contestó con un tono de socarronería.

—¿Que eres qué? Mira, tu padre me dijo que estabas mal y, cuando me lo comentó, pensé que estaba exagerando. Siempre has sido un poco distraído. Pero veo que acabas de superarte a ti mismo.

Cerró los ojos e intentó adivinar al propietario de aquella voz: tono altivo, palabras condescendientes, espacio exagerado entre frase y frase para tragar saliva,… No le costó demasiado esfuerzo hallar la respuesta. Pestañeó y le pareció ver un destello azul por el borde del ojo.

—Hombre, Matías Corredor, salvador de los descarriados y guardián de la verdad absoluta. Menos mal que has llamado. Tenía pensado cocer unos macarrones y no sé cuál es el punto exacto de la pasta.

Era su cuñado. El tipo de hijo que su progenitor siempre había deseado tener. Desde que su padre y él se conocieron, los oprobios familiares hacia la conducta de Ricardo habían aumentado. Estaba convencido de que, quien le llamaba, le había animado a ello. De profesión era psicólogo pero necesitaba más un psicoanálisis para él mismo que para sus pacientes. Marta, Manuel y Matías eran los hermanos Corredor. El padre de su chica y el suyo, debían de haber cursado la misma asignatura de «ponles a tus hijos nombres parecidos y confúndelos por siempre». Tal vez por eso su cuñado estaba tan embrollado que creía de verdad que era un buen psicólogo.

—Puedes reírte todo lo que te dé la gana como haces siempre. Pero esto es más serio de lo que crees — continuó hablando con un tono mucho más amable—. ¿Sabes qué significa el azul? Es el color del cambio, del resurgir. Es como bañarse en el mar, limpiarte y empezar de cero. ¡Y tú estás soñando con él!, ¿acaso no te das cuenta?

Matías dejó un silencio después de aquella pregunta que, a Ricardo, por absurda, le pareció totalmente retórica.

—Me doy cuenta de que no me has dicho el tiempo de cocción de los macarrones. ¿Acaso quieres ocultarme el  secreto del hervor filosofal?

—¿En serio? Hablar contigo es como chocarse continuamente contra una pared. Tu subconsciente te está gritando que necesitas evolucionar. Tienes que darle un cambio de rumbo a tu vida y eso no puede hacerlo nadie por ti. —La cordialidad había sido expulsado por la palpitante vena  del cuello de Matías—. Pero da igual. Tu padre me ha pedido consejo y  he buscado al mejor de los psicólogos para tu caso. Mañana a las 13:30 nos vemos en la calle Quimera sin número. Debes venir sí o sí. Si no lo haces por ti, hazlo por Marta.

Al otro lado del auricular sonó un click. Su cuñado había decidido zanjar la conversación añadiéndole unas cucharadas de chantaje emocional. Sabía perfectamente dónde golpearle para que le doliera. Marta, su adorada Marta. Al final, puede que no fuera tan mal psicólogo, pero lo que más le molestaba, era que le  había colgado y no le había dicho cuál era el punto exacto de los macarrones.

Aquella noche fue la más azulada de todas. No sabía el porqué pero aquel sueño le relajó sobremanera. Fue como tumbarse durante horas sobre la tierra mojada observando un cielo totalmente despejado. Sin pájaros, sin aviones, sin nubes. Solo azul y silencio.

Se despertó a media mañana con la sensación de haber dormido durante días. Miró el reloj de la mesita. Tenía el tiempo justo para darse una ducha, pedir un taxi e ir a la cita con su cuñado. No le apetecía en absoluto que, tanto Matías como el desconocido psicólogo, le abriesen la cremallera de su cabeza para ver qué tenía dentro. Pero sabía que, o iba, o su padre le estaría sermoneando durante los próximos seis meses de comidas familiares, cuatro meses por mensajes de wasap y unos cuantos años con, lo que él creía que eran, ingeniosas indirectas.

Como si fuera una película americana, el taxi llegó en el mismo momento en el que salió por el portal de casa. Se montó en el vehículo, le recitó al conductor la dirección a la que deseaba ir y éste le llevó sin intentar entablar alguna conversación de relleno que tanto le incomodaban. El trayecto fue rápido. Demasiado rápido. El tráfico fluía como nunca por esa parte de la ciudad. No había gritos. Ni molestos cláxones que le hacían chirriar los dientes. Hasta los semáforos cambiaban a verde cada vez que aminoraban la velocidad y se acercaban a alguno de ellos. Era como si la ciudad entera quisiera que llegara puntual a su cita.

El taxi se detuvo en la esquina de la calle Quimera. Miró su reloj, eran las 13:25. Se hurgó en los bolsillos en busca del dinero del viaje. Sus dedos coquetearon con algunas monedas sueltas y un billete arrugado. Agarró todo lo que le rondaba por el bolsillo, liberó la mano del pantalón y abrió el puño en dirección al taxista. Ricardo palideció cuando se dio cuenta de que había sacado el dinero exacto que costaba la carrera. Comenzó a sudar y respiró profundamente. Notó como, por sus mojadas manos, las monedas ofrecidas al conductor estaban cambiando de dueño.

Cerró los ojos mientras salía del taxi. Solo vio azul. Los abrió deprisa y se quedó sin pestañear. Era como si, cada vez que cerrara los ojos, sintiera ese color recorriéndole todo el cuerpo. Tranquilidad, relajación y paz pero también ansiedad y miedo a lo que pudiera venir. Ricardo nunca había sido de los que se dejaban llevar.

—Oye. —Una voz familiar le llegó desde algún lugar de la calle. —¿Estás preparado para tu cambio de rumbo? —Su cuñado le gritaba desde la acera de en frente haciendo aspavientos para que cruzara la carretera. Él, estaba paralizado.

Matías notó cómo se le secaba la garganta de llamarlo a gritos. Se hartó de esperarlo y se dirigió en su busca. Ricardo miró el semáforo: estaba en rojo. Se armó de valor y dio un pequeño paso adentrándose en la calzada. La luz, como llevaba ocurriendo durante toda la mañana cuando se acercaba, cambió a verde. Cerró los ojos. Todo era azul. Escuchó un claxon, un golpe, frenos que llegan tarde a cumplir su función y un coro de gritos al unísono.

Abrió los ojos. En el suelo había un retrovisor arrancado, de color azul; una puerta abollada, también azul y un coche con el cuerpo inerte de su cuñado incrustado en un capó que ya no era tan azul.

Parpadeó rápidamente. Ya no veía ese color cielo. Era como si acabara de desprenderse de él. Se dio la vuelta y marcó el número de Marta para informarle de lo ocurrido. Comenzó a andar y, mientras se alejaba de Matías, de la consulta del psicólogo y de aquel dichoso cambio de rumbo, se dio cuenta de que el azul, era un color que había dejado de desagradarle.

Fer Alvarado

13 comentarios en “Cambio de rumbo

    • Llevo unos cuantos relatos que me sale solo lo de meter humor. Incluso en este que en realidad es bastante serio, me apetecía darle un tono más divertido.
      Al principio no estaba muy seguro con el texto, he experimentado un poco con la forma de escribir. Pero si me dices que te ha gustado y, además,te ha parecido divertido, me alegras el día la verdad.
      Un abrazo y gracias por leerme.

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  1. Sé que parecerá un tópico, Fer, pero me ha encantado!!! Se lee rápido, las frases fluyen fácilmente… Se puede apreciar el esfuerzo en él, cómo has mejorado en tus expresiones (al menos, lo que he visto en lo que he leído tuyo hasta ahora). Por ponerte un ejemplo, han habido frases que me han impactado por el juego que haces con las palabras. Aquí algunas:

    «Ricardo prefería vivir con el cosquilleo de la sorpresa revoloteando en el estómago.»
    «…le abriesen la cremallera de su cabeza…»
    «Sus dedos coquetearon con algunas monedas sueltas…»

    Mi más sincera felicitación, amigo. No dejes de escribir y aunque haya que trabajar más cada relato, al final tienes tu recompensa: tu satisfacción personal y la de nosotros, los lectores. Bravo, bravo!!

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    • Este relato en concreto me apetecía mucho trabajarlo más a fondo. Ya sabes que tiendo a ser algo anárquico y peleo conmigo mismo para procurar volverme cuidadoso con lo que escribo.

      Cuando tocaba la batería me ocurría lo mismo, dejaba partes a la improvisación pero con los años fui cambiando eso. Ahora me toca centrarme más en la disciplina y trabajar más que poco a poco voy teniendo algunas armas para ello. Muchas gracias por tu apoyo y por todo lo que me ayudas Charo.
      Espero que estés teniendo un gran día, un abrazo grande.

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  2. Estupendo trabajo, Fer, con uno de esos finales impactantes que no se ven venir. El relato bien pulido, se nota que te tomaste tu tiempo. Además del humor, otro aspecto destacable son las joyas literarias salpicadas por el texto. Charo te mencionó algunas. Ahí está la diferencia entre la narrativa ordinaria y la literatura. Y eso también lleva tiempo, análisis, instinto y buen hacer. Enhorabuena por el relato. Esto marcha…

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    • El mismo título del relato es una declaración de intenciones en sí misma. Creo que, para seguir creciendo, necesitaba una forma distinta de trabajar y de aprender. También creo que estoy encontrando un punto medio en el que me siento a gusto entre el humor, la fantasía y el misterio. Aún me falta muchísimo que mejorar y pulir pero no pienso dejar de intentarlo.

      Los finales también son algo que intento trabajar para aportar algo distinto aunque no siempre lo consigo.

      Te mando el mayor de los abrazos y gracias infinitas por estar ahí, aconsejarme y ayudarme a crecer.

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    • Muchas gracias. Para serte sincero este relato ha pasado a formar parte de mis favoritos. Intento aprender relato tras relato e ir buscando mi propia voz y aquí acabé muy contento con el resultado final.

      Para mí es un lujo el poder compartir estas historias y que conecten con los demás así que el regalo es mutuo.

      Muchísimas gracias por pasarte por mi blog y por comentar. Siempre es un gusto verte por aquí.

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    • Muchas gracias. Con este relato he querido comenzar mi propio «cambio de rumbo» y experimentar con otros textos que me gustan. La idea que tenía del final de la historia era exactamente esa. Aunque fuera fuerte no quedarse con la sensación de ver un final sangriento sino esa empatía por el protagonista.

      Un saludo grande y muchas gracias de verdad por leerme y comentar. Que tengas un gran día.

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