Voracidad Nocturna

Introducción:

Llevaba mucho tiempo sin escribir un relato medianamente largo. Por falta de horas libres últimamente me había dedicado a escribir algún micro para disfrute casi personal y, sobre todo, para no perder la costumbre ni el buen hábito de escribir.

Pero hoy ha sido uno de esos días en los que tienes una tarde libre, ves un calcetín en el suelo y, de repente, te llegan a venir a la cabeza ideas para escribir una historia. Me he sentado con la intención de escribir un microrrelato, he comenzado a teclear y la historia ha cobrado vida por sí misma para acabar convirtiéndose en algo totalmente distinto a lo que tenía pensado en un principio.

Quería hacer una historia nueva de terror para este Halloween, después me salió añadir un toque de humor negro, luego volví a pensar en hacer algo relacionado con el terror pero con un tono mucho más desenfadado y, al final, me ha salido este relato llamado Voracidad Nocturna que me ha hecho despejarme del mundanal ruido, divertirme y sobre todo me ha hecho pasar un buen rato creándolo. Espero que os guste o, que al menos, os saque alguna sonrisa.

Voracidad Nocturna

Al monstruo que vive debajo de mi cama le encanta devorar calcetines.

Fue algo de lo que no me di cuenta en seguida. Al principio, cuando se instaló a vivir bajo la protección de mi colchón, no le hice demasiado caso. Llevaba un tiempo que por la noche escuchaba unos rugidos que me sobresaltaban. Quise pensar que éstos provenían del cuarto de mi padre que, tras años de entrenamiento nocturno, había perfeccionado sus ronquidos hasta que se parecieran al bramido de un animal salvaje.

Pero el día que me di cuenta de que algo extraño ocurría fue cuando me decidí a levantar la colcha para barrer las pelusas que solían acumularse en el suelo. Aparté las alas colgantes del edredón y, cuando vi lo que no había allí, me llevé una inmensa sorpresa: el mármol estaba totalmente impoluto. Ni pelusas, ni pelusillas, ni polvo, ni otros objetos que solían esconderse deslizándose bajo la cama. Aquel rincón estaba tan limpio y brillante que incluso se notaba el corte de suciedad con el resto de la habitación.

Esa noche fui incapaz de dormir. Estaba tan pasmado por aquel inusual acto de limpieza que llegué a echar de menos las pelusas. Incluso las imaginé como compañeras de juegos que se movían a sus anchas por el cuarto cuando no se las miraba pero que, cuando captaban tu atención y girabas la cabeza en su busca, se quedaban inertes en el sitio. Me encontraba en estos menesteres mentales cuando de repente, el rugido nocturno que escuchaba desde días atrás sonó junto a un crujido debajo de mi cama.

En ese instante me quedé helado. No podía mover ni uno de los más de seiscientos músculos que forman mi cuerpo. Ni siquiera me atrevía a pestañear. El rugido sonó de nuevo con una intensidad incluso mayor llegando a desplazar mi cama conmigo encima unos centímetros hacia la derecha. Tan fuerte sonó, que llegó a despertar a mi padre:

—Saúl, te he dicho mil veces que aunque estés encerrado en tu cuarto no eructes así, que sabes que me asquea y mucho.

Seguí su voz tapándome la boca para evitar que una risa nerviosa llegara a escapárseme y, al volver la cara, vi algo moviéndose por la habitación.  Fijé la vista en aquella cosa  para intentar acostumbrarme a la oscuridad y  así poder distinguir sus formas. Era como una de esas pelusas que parecían haberse extinguido de  mi cuarto pero ésta, estaba llena de dientes. No tenía ojos, ni nariz, ni oídos. Solamente dientes.  Aquella especie de pelusilla afilada se quedó inmóvil como si se hubiera dado cuenta de que la observaba y estuviera intentando pasar desapercibida. De nuevo volví a aguantar una de esas carcajadas a destiempo que te entran en los lugares más incómodos y, en ese momento, se me ocurrió una idea: iba a intentar poner en práctica con ella el juego del escondite que había imaginado unos minutos atrás.

Cerré los ojos, conté dos segundos y volví a abrirlos. Aquel ser se había movido y se había ido al rincón de mi habitación donde estaban mis zapatillas. ¡Funcionaba! No sabía cómo, pero aquel juego inventado se estaba convirtiendo en real. Volví a cerrar los ojos y esta vez conté hasta cuatro; los abrí y miré en dirección al rincón. Pelusitas había vuelto a moverse. Estaba parado en mitad de la habitación y llevaba entre su multitud de dientes uno de los calcetines blancos que había guardado dentro de mis zapatillas. ¿Serían éstos parte de su dieta? De lo que ya estaba completamente seguro era de que aquel bichejo dentudo era el responsable de la desaparición del polvo de mi habitación. En ese momento empecé a sentir algo parecido a empatía por aquel ser y aparté la vista tomándome unos segundos para que le diera tiempo a escapar. Cuando volví a mirar solo me dio tiempo a ver como aquel calcetín blanco desaparecía bajo mi cama. El corazón comenzó a latirme a gran velocidad.  Acababa de descubrir a un monstruo que vivía en mi cuarto y, además, parecía que le gustaba jugar conmigo. Estuve varias horas en vela rememorando todo lo ocurrido con Pelusitas hasta que la agitación inicial fue desvaneciéndose y el sueño acabó apoderándose de mí.

Llegó la mañana,  me levanté de un salto y fui a mirar mis calcetines para asegurarme de que lo que había ocurrido en la madrugada era real. Me acerqué a las zapatillas y encontré rápidamente uno de los calcetines. Del otro, no había ni rastro. Miré debajo del armario y entre la ropa que acumulaba en la silla; levanté la mesa de estudio y hasta miré debajo de la cama sin éxito alguno.

Bajé a desayunar y mi padre me recriminó lo que él creía que habían sido una serie de ventosidades nocturnas. Tal vez por la tensión acumulada por aquella experiencia, comencé a soltar carcajadas que enfurecieron aún más a mi progenitor pero no me importó la regañina. Estaba tan exultante que aquella misma noche inicié lo que me dio por denominar “El Baile de los Calcetines”.

Conseguí una libreta pequeña, cogí un par de bolígrafos y comencé a realizar una serie de experimentos con Pelusitas:

  • Día 1: dejé un par de calcetines, esta vez oscuros, al otro lado de la habitación e hice un esfuerzo por dormirme antes de medianoche. Resultado: al día siguiente solo había uno de los calcetines que, de nuevo, encontré dentro de mis zapatillas. Conclusión: aunque le gusta comer se controla. Además es ordenado y deja los objetos en el lugar que cree correcto.
  • Día 2: introduje dentro de las zapatillas el calcetín blanco y el negro sobrantes de los pares anteriores y volví a conciliar el sueño para no molestar a mi nuevo amigo. Resultado: no había tocado ninguno de ellos. Conclusión: no le gustan las sobras.
  • Día 3: volví a dejar dos calcetines negros dentro de las zapatillas para facilitarle encontrarlos y que repitiese el menú que le encantaba degustar. Resultado: el par amaneció totalmente intacto. Conclusión: el bichejo ha salido con paladar fino y prefiere variar de colores o sabores.
  • Día 4: cambié los calcetines de verano por unos de invierno de lana más gorditos dejando uno dentro de la zapatilla y otro escondido detrás de la mesita de noche. Resultado: los dos desaparecieron sin dejar rastro. Conclusión: tal vez por ser tan peludo y pelusín le encanta ingerir calcetines más “rollizos” y así mantener su calor corporal.

Fueron pasando los días y mi colección de calcetines iba menguando alarmantemente. Intenté limitar mis gastos. Ahorré mi paga semanal para poder seguir surtiendo de manjares de lana y algodón a mi nuevo amigo pero, hubo un momento que mi padre comenzó a preguntarme por aquellas compras y yo, receloso por guardar aquel secreto, dejé de adquirir tantos complementos para mi pie.

Para no levantar sospechas por parte de mi padre, empecé a usar los calcetines sobrantes de distintos colores que mi monstruoso amigo había descartado de su dieta. En invierno no tuve ningún problema. Mis pantalones largos ocultaban la variedad de tonos con las que me vestía pero, cuando la primavera hizo acto de presencia y, la ropa comenzó a acortarse, comenzaron mis problemas:

—Saúl, albino-pepino, no tienes dineros ni calcetines nuevos. —  Ernesto Fonseca, el chico malo del colegio, me cantó aquella canción el primer día que vestí pantalones cortos. Miré para mis pies,  sin haberme dado cuenta llevaba un calcetín blanco nuclear y otro verde pistacho. Maldita costumbre, si lo hubiera pensado antes me hubiera puesto otros con colores menos saltones.

Al día siguiente tuve mucho más cuidado y, aunque ya no me quedaban pares del mismo color, procuré colocarme calcetines que no desentonaran demasiado el uno con el otro pero, ya era tarde. El canto solitario que Ernesto me había dedicado se había convertido en un coro de voces que, mañana tras mañana, me daban la bienvenida a mis actividades escolares.  Así pasó un día, otro, una semana, otra; y aquel grupo de casi adolescentes sedientos de burla no se cansaban de aquel canto por mucho que lo repitieran.

La primavera acabó y las vacaciones de verano llegaron como agua de mayo para mí. Pude alejarme de aquellas canciones repetitivas y centrarme con algo que me aportaba mucho más que el colegio:  mis experimentos con Pelusitas. Todo comenzaba de nuevo a ir bien hasta que, una mañana anómala  de julio, me levanté, puse los pies descalzos en el suelo y un frío polar me recorrió el talón hasta los dedos de los pies. Miré por la ventana y me encontré con un cielo nublado, totalmente gris, había llegado una de esas tormentas de verano que vienen sin avisar y que te hacen rebuscar toda la ropa de abrigo que dabas por enterrada hasta el otoño.

Fui al trastero y rebusqué entre mis cajas para ponerme algo más adecuado a aquella temperatura pero no me quedaba ni un solo calcetín de los llamados “gorditos”. Así que, fui a la mercería del pueblo decidido a comprarme un nuevo cargamento de ropa de invierno que iba a ser tanto para mí, como para mi amigo dentudo  al que llevaba varios días sin alimentar.

La sorpresa me la llevé cuando, en la puerta de la tienda, me topé con Ernesto Fonseca. Cuando me vio agachó la cabeza y me saludó tímidamente con la mano. Me quedé pasmado al ver que aquel malote de barrio no me había tarareado ninguna de sus hirientes composiciones musicales. La curiosidad me pudo y me acerqué para hablar con él.

Me dijo que su madre se había enterado de sus fechorías colegiales. Que le había castigado todo el verano sin salir y que le había obligado a pedir perdón a todos y a cada uno de los chicos a los que había ninguneado. A mí, que era al que más había insultado, no me había encontrado en todo el verano y había sido toda una suerte verme allí.  Me preguntó si quería que hiciéramos las paces y que si, no era mucha molestia, podía quedarse a dormir aquella noche en mi casa para que su madre le perdonara y le levantara el castigo. Yo, no lo pensé demasiado, le dije que sí y que viniera a casa al caer la noche. Después, justo cuando iba a darme la vuelta y entrar en la tienda, pensé en mi amigo dentudo.

—Y por si acaso, tráete un par más de calcetines que esta noche promete frío —le dije para dar por zanjada la conversación.

Ernesto llegó sobre las siete de la tarde. Sorprendentemente me lo pasé genial con aquel chico. Llevaba demasiado tiempo sin jugar con nadie que no tuviera forma de pelusa y el hablar con alguien de mi edad, aunque éste hubiera sido el culpable de mi nefasto año social, me despejó y me hizo sentirme durante unas horas como un chico normal. La noche llegó entre risas casi sin darnos cuenta mientras la lluvia de aquella tormenta de verano golpeaba violentamente los cristales. Miré la hora, eran casi las once de la noche y los dos acordamos irnos a la cama para que al día siguiente estuvieramos despejados y pudieramos seguir jugando. Le dejé en la habitación de invitados, me fui a mi cuarto y me acosté. En pocos minutos estaba totalmente dormido.

Al rato, unos gritos me hicieron incorporarme. Por un momento creí que era Pelusita que, como cada noche, soltaba su gruñido antes de salir de debajo de mi cama. Miré a las zapatillas, los nuevos calcetines estaban encima totalmente intactos. Un pinchazo me recorrió el pecho cuando me di cuenta de que, sin querer y por culpa de la animosidad del momento, había dejado la puerta entreabierta. Salté de la cama, crucé el pasillo y me dirigí al cuarto de invitados. La puerta también estaba abierta. La empujé y encendí la luz con la esperanza de que mi amigo dentudo se escondiera temeroso de ser descubierto y no hubiera mayores consecuencias. Miré el cuarto, parpadeé, cerré los ojos unos segundos, volví a abrirlos y me dirigí a mi habitación a recoger la libreta donde apuntaba mis experimentos. La cogí con la mano temblorosa a causa del espectáculo que acababa de presenciar y comencé a escribir:

  • Invitados extraños en casa: hoy la noche era fría y Ernesto ha decidido dormir con los calcetines de invierno puestos para calentarse. Resultado: Pelusitas se ha encontrado con su manjar predilecto, ha devorado toda la lana y ha continuado hasta comerse todo lo que ésta envolvía. Conclusión: a todos, por mucho que nos guste un plato, no nos disgusta acompañarlo con una buena guarnición.

Fer Alvarado

14 comentarios en “Voracidad Nocturna

  1. El Pelusitas es la bomba, jajajaja. Una historia muy divertida, Fer, no estaría nada mal tener un Pelusitas bajo la cama. Me lo imagino como un gatete vivaracho, pero ojo con el bichejo, como tengas un descuido te deja lisiado. Es un gran personaje este Pelusitas para una peli de humor gore. Gracias por el buen rato.

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    • Tenía pensado al principio hacerlo más gore, después más de humor y al final me salió algo entre ambos géneros con algo de mala leche jaja. Pelusitas sería algo así como la aspiradora «rumba» de los calcetines pero hay que tener mucho cuidado con la dieta que se le acaba dando jajaja. Un abrazo enorme y me alegra que te divirtieras con el relato, mi intención era despejarme y hacer que la gente que me lee se despeje. Un abrazo grande.

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  2. Muy buena narrativa! No obstante; solo como opinión personal creo que se hizo algo denso por su lentitud o bien los numerosos detalles que a mi entender en algunos casos, excedían la historia. Un abrazo.

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    • Muchas gracias por leer el relato y sobre todo por tu opinión sincera. Después de leer tu comentario he repasado el texto y modifiqué ciertas cosas aunque creo que sí hay algunas más que debo cambiar. Llevaba mucho tiempo sin escribir algo nuevo y puede que me apresurara demasiado en publicar. Agradezco mucho tus críticas constructivas y tu opinión personal siempre es más que bien recibida por aquí. Un enorme abrazo.

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  3. 😱 me ha encantado!! Sobre todo el final, que no me lo esperaba 🤭, pero no me ha sobrado ni una palabra, los detalles me han ayudado a meterme más en la historia (y eso que a mí enseguida me sobra texto porque tengo un problema de falta de atención). Me gusta tu forma de escribir y el género que tocas es mi favorito, creo que he tenido suerte de encontrarte. Un abrazo 🤗🥰

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    • Ohhh muchas gracias 😊. Con este relato lo cierto es que ando bastante inseguro ya que lo escribí después de mucho tiempo sin sentarme a crear nuevas historias y lo publiqué casi sin repasar (a veces peco de impulsivo y no tengo la paciencia necesaria para corregir las historias). Pero después de leer tu comentario me he animado a revisarlo, le he cogido cariño a la historia y me he quedado contento con el resultado final. Así que te doy la bienvenida a mi humilde blog y, sobre todo, te doy las gracias que me has animado mucho con este relato. Un abrazo 😊.

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  4. Que ruina en calcetines😂😂🤦
    Al pelusillas hay que darle un Oscar😄😄👍
    Fíjate que hace tiempo kkegue a pensar que tenía un monstruo la lavadora. Desaparecían los calcetines , y nunca se recuperaron. Estuve por llamar a Iker. Sin duda era un fenómeno paranormal😂😂

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  5. Ay, Pelusitas!! Qué te has comido a Ernestito!! Genial, Fer. Aunque, si me permites serte sincera, te voy a dar un consejo (es el mismo que me dan a mí muchas veces): sintetiza más, frases más cortas. Sé que nos emocionamos porque tenemos mucho que decir, pero en ocasiones hay que cortar las frases, o pecaremos de hacerlo muy condensado. Esto puede hacer que el lector se sienta cansado al leer.
    Te lo digo desde el respeto, humildemente. Gracias por compartir.

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    • Sinceridad totalmente aceptada. Me ocurre en algunas ocasiones que me desconecto y alargo demasiado las frases, es algo que debo corregir (entre otras muchas cosas). Además que me aconsejes y me corrijas en base a lo que has aprendido con tu esfuerzo es muy de agradecer. Un abrazo grande, gracias por pasarte a comentar y, sobre todo, gracias por tu sinceridad.

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  6. ¡Estupendo relato! La verdad es que a las historias de terror un toque de humor negro les sienta de maravilla, te animo a que te quites inseguridades y te lances sin red, claro que sí. Me ha hecho especial gracia porque en mi novela también hay quien se come calcetines y lencería varia que cae debajo de la cama, aunque en mi caso no es Pelusitas sino un vórtice textil 🙂 ¡Está claro que debajo de nuestras camas hay peligros para todos los gustos! 😛

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    • Lo del vórtice textil suena de maravilla, solamente con esas dos palabras has captado totalmente mi atención.
      Te agradezco enormemente los ánimos, este texto lo escribí después de meses sin sentarme a crear nada y, aunque la idea me gusta mucho, me genera dudas sobre la ejecución. Así que tus ánimos me ayudan mucho para seguir creando y mejorando mis historias.
      Un gran abrazo y mil gracias por pasarte a leerme y comentar.

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