Las Alas del Sombrero


Introducción:

Los días de lluvia están repletos de sorpresas inesperadas. El mundo se transforma cambiando la tonalidad de sus colores y convirtiendo la rutina de las calles en posibles aventuras. Los encuentros casuales se intensifican y en multitud de ocasiones y, por culpa del manto de agua que acecha, se dejan atrás los saludos llenos de palabras vacías y las sonrisas teñidas de monotonía. No hay tiempo para detenerse, no es lógico, ni tampoco es normal quedarse parado entre el aguacero para hablar, para mirar algo que captó tu atención o simplemente para disfrutar de las gotas de agua. Todo son prisas y desencuentros, batallas de sombrillas hambrientas de espacio y luchas encarnizadas por conseguir el discontinuo cobijo de los techados.

Y, ¿qué puede ocurrir si de verdad nos detenemos e intentamos apreciar la lluvia y todo lo que la rodea?, ¿si intentamos disfrutar de lo diferente, del cambio y apreciamos lo que aporta? Puede que ocurra lo inimaginable o puede que no pase absolutamente nada. Pero el correr este pequeño riesgo de pararse durante o después de la tormenta puede merecer mucho más la pena de lo que creemos.

Las Alas del Sombrero

Los últimos vestigios de la llovizna recién acabada resbalaron por mi sombrero en forma de gotas de lluvia. Una de ellas, tal vez la que más se resistía a caer al suelo y a alienarse junto a los demás charcos, se deslizó por mi mejilla, acarició mi piel y se mantuvo como un funambulista entre el vello de mi mal recortada barba.  Yo no quise tocarla, no deseé inmiscuirme en una batalla que no me incumbía. Era su propia lucha, su anhelo de permanecer ajena a lo que las leyes de la naturaleza le exigían. El suelo la estaba llamando, la deseaba y prácticamente la obligaba a precipitarse hacia él, a perder su apariencia y a difuminarse entre el asfalto para convertirse en una gota más. Pero ella continuaba aferrándose a las entretelas de mi piel, se adhería entre mis poros como si quisiera formar parte del agua de mi cuerpo y vivir así una vida más itinerante y  más humana.

Levanté la vista asegurándome de que aquella gota seguía conmigo y, entre un mar de sombrillas, vislumbré el filo de un codo flotando entre ellas. Éste estaba  adelantado al resto de su cuerpo como si anunciara la urgencia por  llegar a algún lugar que, seguramente, no demandaba tal prisa. A esas horas de la mañana, la calle está abarrotada  de este tipo de personas: hombres y mujeres  de ojos fugaces que desaparecen al ser descubiertos y de roces tímidos de dedos que equivocaron su camino. 

Intentando esquivar aquella filosa amenaza demandante de espacio giré y ladeé la cara para que mi gota no se precipitara al vacío. Así conseguí hacerme un hueco entre la multitud y me detuve para recuperar el aliento. Nadie parecía querer pararse y comencé a pensar que aquel trozo de agua y yo éramos como un pequeña isla entre aquellos retales de gente.  En ese momento sentí como aquella gota había humedecido parte de mi barba haciéndola suya y  que ésta continuaba descendiendo en dirección a la barbilla. Lo tomé como una señal de que su resistencia estaba mermando y que más temprano que tarde acabaría por precipitarse y abandonarme. Así que, me quité el sombrero, y la guarecí entre sus alas dejándola descansar de su cruenta lucha.

Observé como el borde de la acera estaba más despoblado y decidí continuar mi camino por el filo para evitar las mareas de gente que oscilaban por el resto de la calle. Comencé a  avanzar  manteniendo el equilibrio separado del  oleaje humano y de su inercia,  igual que  aquella gota  había hecho minutos antes con los charcos.

 Me sentí fluir, me sentí ajeno, me sentí yo.

Tan sumergido estaba en estos pensamientos que, al torcer hacia la izquierda, choqué con alguien que ocupaba el borde de la acera. De inmediato intenté taparme el sombrero para evitar que mi gota se separara de mí, pero ésta ya había salido disparada. Alcé la mano buscando agarrarla,  deseando detener su caída con la desnudez de mi piel y empaparme de ella. Mis dedos, en esa búsqueda, se cruzaron con dedos ajenos que parecían imitar mis movimientos. Mi gota de llovizna recién acabada topó en su camino con otra igual fundiéndose con ella. Mi mano chocó y se entrelazó con aquella mano  que intentaba atrapar su agua y, tras ver  como mi acuosa amiga se escapaba de los charcos y huía entre las rendijas de una alcantarilla, levanté la vista y vi a una chica mirándome sonriente que agarraba con fuerza las alas de su sombrero.

Fer Alvarado

18 comentarios en “Las Alas del Sombrero

  1. Excelente Fer. Me atrapaste desde el primer momento. Seguí aquella gota en su aventura y sobre todo tu persona en su lucha por mantenerla. Dos gotas se encontraron, dos miradas se entrecruzaron….que misterio es la vida, el vivir. Un placer leerte. De mi parte un fuerte abrazo pleno de cariño, respeto y amistad. Felicidades escritor. Omar

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  2. Me encantó el final, Fernando, ese doble encuentro entre gotas de agua y personas que comparten la misma sensibilidad. Masaru Emoto es un científico nipón cuyos reputados estudios afirman que el agua es sensible a la conciencia humana y sufre alteraciones, para bien o para mal, según la vibración que recibe. Tal vez estas gotas, conscientes de la vibración de ambos protagonistas, encontraran el modo de unirlos.
    Se te colo esta errata: «la calle solía estar estaba abarrotada…»
    Un gusto leerte, hasta la próxima!

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    • Gracias dobles en este caso Javier. Gracias por tus palabras y por darle un enfoque diferente a mi historia, por buscarle un sentido que no había considerado y así enriquecer este relato. Puede ser que esas gotas busquen esa vibración que les una y que les llame, que se encuentren cuando menos se buscan y que acaben uniendo dos mundos complementarios. Y sobre todo gracias por advertirme de la errata, hay días que la atención merma y se escapan estos detalles. Espero que este error no te haya sacado demasiado de la lectura del texto. Un abrazo enorme y gracias por leerme.

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    • Hola Fabiola, para mí es un gusto seguirte. me gusta mucho tu trabajo y tu originalidad en tus escritos y tu blog. Así que buscaré encantado tu otra página para poder disfrutar de tus textos como merecen. Gracias por comentar y muchas gracias por pasearte por aquí.

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    • Pues creo que el final que propones sería el más probable, lo de la gota y entrelazar dedos bajo la influencia de la casualidad son situaciones que no suelen ocurrir. Pero, quién sabe, todo puede ocurrir en cualquier momento y lugar :). Un saludo y muchas gracias por leerme y pasarte por aquí a comentar.

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  3. Me gusto tu texto, me hizo recordar el día que decidí correr bajo la lluvia descalza, por no querer esperar a que la tormenta pasase y descubrir la sensación de que se sentía, corría descalza desafiando las palabras de mi madre que en la infancia decían no vayas descalza, ante ojos incrédulos de la gente a las tres de la tarde, mi excusa era que llegaba tarde a trabajar, pero eso era lo de menos, necesitaba sacar a mi niña interior a pasear. En el fondo creo que todos soñamos con las cosas mágicas, los detalles que muchos dicen o no quieren ver, pero a unos pocos nos mantienen vivos, gracias por seguirme, ya que mi tipo de escritura no se define en nada, solo es un desahogo, pero en cambio la tuya es mágica, Gracias!! Voy a seguir ojeando.

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    • Hola y lo primero muchas gracias por venir a pasear por mi blog y comentar, es un gusto tenerte por aquí. Soy de los que piensa o quiere pensar que esa magia que comentas nos rodea, pero el captarla y disfrutarla depende de la sensibilidad de cada uno. Al final todo está en los pequeños detalles y en esos arranques de locura rebelde y libertaria como la que tuviste en ese día lluvioso. Muchísimas gracias por tus palabras, también pienso que mis letras son un desahogo y no las considero magia pero se agradece muchísimo lo que dices. Tus letras son buenas y directas, de las que calan así que para mí es todo un placer seguirte. Un gran saludo!

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